Una Oportunidad Para Amar (lady Esperpento) Ar1

XLVIII

Ángeles

Cada día las pequeñas MacGregor crecían por montones.

Pronto se cumpliría un mes desde su nacimiento, y para ese entonces Ángeles no había tenido la primera audiencia con su familia.

Una para la que no se sentía preparada por todo lo que albergaba.

Siendo consciente, que, pese a su reticencia de recibirlos, día a día estuvieron al pendiente de ella y las pequeñas.

Incluido su padre, que se alojaba en la residencia de sus tíos al no quererle cerca.

Ni a él, ni a sus parientes maduros.

Únicamente permitiendo el paso a sus aposentos a Alistair y la pequeña Aine, que no cabían de la dicha al presenciar a los nuevos integrantes de la familia.

Prendándose de las pequeñas, teniendo su preferida.

Siendo la rubia de ojos bicolores la perdición del pelirrojo.

Sabía que estaba siendo algo radical, pero lo único que se permitía era los acercamientos con las niñas por unos momentos, estando su persona lejos de darles cara.

No tuvo corazón para prohibir que Jusepe no las conociese, ni mucho menos sus tíos, después de todo el primero era su abuelo, al igual que los otros no dejaban de ser familia.

Estando segura de que solo con verlas las amarían.

...

Sintiéndose en mejores condiciones con las fuerzas renovadas, tomó la decisión al saberse sin visitas en el castillo, de adecentarse para salir a pasear un poco, dejando a las bebés encargadas a Honoria, esperando que su rubio pudiese acompañarlas teniendo un tiempo para ellos.

Con ayuda de su amiga se colocó un vestido suelto fresco floreado, y con el cabello semirrecogido se aventuró a las afueras de la estancia, no sin antes darle un pequeño beso en la frente a sus pequeños retoños.

Quedando un tanto decepcionada, puesto que John le informó, que su Excelencia le dejó dicho que iría a resolver unos asuntos con el Duque de Beaumont que no daban espera, no siendo puesta al corriéndote por aquel, ya que no quiso despertarle cuando las mellizas no la dejaron dormitar, al estar famélicas.

Alexandre específicamente siendo otro que había quedado prendado de las infantas, y ahora se había convertido en toda regla en un tío consentidor.

Irrumpiendo en la propiedad cada que podía, alegrándola con su presencia, causándole curiosidad la forma en la que a veces se les quedaba mirando.

Con una tristeza infinita.

Con una congoja que seguramente no le cabía en el pecho.

En cuando a Freya ni hablar, pese a que no era muy dada a ser maternal admitía que le encantaban los niños, pero lejos de su alcance, en pocas palabras ajenos, que no tuvieran ningún tipo de obligación o compromiso que la amarrase.

Disfrutaba de su libertad, y para ella dar vida era eso, pues no sería prisionera en una jaula de oro donde la reprimirían marchitando su jovialidad y vivacidad.

Freya Allard era un colibrí. Libre. Aunque Ángeles percibía que algo le hizo cambiar.

A su corta edad era demasiado sabia, madura y las veces que habían hablado del amor le rehuía no solo la mirada, también al tema en general alegando que no había nacido para ser sometida a las reglas de un hombre, menos de un Lord ingles que lo único en que pensaban era en como someter a los franceses, y ella era para ellos aparte despreciable, una presa fácil.

...

Terminó de recorrer los pasillos para llegar a la parte trasera, en donde se hallaban los jardines, pensado en no ausentarse demasiado para no dejarles solas por tanto tiempo, pese a que estaban en buenas manos. Sin embargo, no logró ni siquiera llegar a la cocina por donde saldría, cuando una voz conocida y poco deseada en esos momentos para ella la frenó.

—Hasta que por fin dejas que te avistemos— su tono no era duro, pese a su voz gruesa tajante.

No se sentía el reproche, o el dolor por ser ignorado.

Por el contrario, había cierto anhelo, añoranza.

No obstante, pese a que lo tenía a su espalda no se giró para mirarlo, pues seguro flaquearía.

Ya que deseaba correr a sus brazos para que le brindara la calidez que emanaba ese ser que de alguna manera fue su refugio, pero no podía, ni quería.

Le había mentido durante toda su vida, y eso no era tan fácil de asimilar ni de perdonar.

—No me parece justo que nos tengas con la zozobra de no verte, cuando sabes que por ti daría mi vida, cariño— esta vez la que exclamó su tía tensándole por entero.

En algún momento tendría que enfrentarlos, y al parecer había llegado.

No serviría de nada intentar pasar de ellos, cuando se tenían tanto por decir.

Era hora de aclarar el meollo, para poder pasar la página, o por lo menos intentar no pensar demasiado en aquello que no podría olvidar.

—Tíos, yo...— trató de articular mientras se giraba lentamente— no los esperaba— espetó con más firmeza cuando los tuvo en frente, intentado contenerse para no correr a sus brazos.

—Si hubiéramos permitido que Violet te informase de nuestra presencia, antes de retirarse a tomar el té con Lady Portland, y Lady Beaufort no hubiésemos tenido posibilidad de verte— explicó su tía intentando ir a abrazarle, pero al observar que daba dos pasos atrás marcando la barrera invisible, supo que la situación no estaba ni de cerca en mejorar.

Asintió entendiendo su explicación, mostrándoles el camino por donde quedaba el estudio de su esposo suspirando decidida.

—Pues ya que están aquí, será mejor que no pospongamos la conversación que tanto se ha dilatado— abrió la caminata sintiendo como su pecho se oprimía al pasar por su lado sin dedicarles una mirada.

Nunca los trató con tanta frialdad, pero es que necesitaba hacerlo para entenderlo todo, pese a que comprendía que no poseían culpa, cuando lo único que habían hecho era intentar protegerle, sin embargo, el dolor por la mentira seguía.




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