Una Oportunidad Para Amar (lady Esperpento) Ar1

XLI

Duncan

—¿A qué debo el intempestivo arrebato, Lady Catalina? — miró atentamente a la mujer de su mejor amigo, que sabía de ante mano lo odiaba desde que osó a meterse con su sobrina, después de que contuviese el arrebato de la pequeña Aine, quien lo esperaba apenas terminara el intercambio con su progenitora.

Le habían interceptado cuando estaba a punto de irse, mirándolo de una manera en que la preocupación a la par de la amargura quedaba más que plasmada en sus rostros, el de la mayor un tanto marchito por no saber el verdadero rumbo tomado por su pequeña Ángeles.

O mejor dicho intuyéndolo, puesto que entendía más de lo que hasta su esposo alcanzaba a dilucidar.

Es que sentía que le fallaba a aquella niña, que prometido cuidar desde que su hermana se la encargó.

Desde que su deceso fue algo que la destrozó.

Fracasando sin poder hacer algo para remediarlo, a menos de que recurriera a la persona que tenía en frente, puesto que era el único que veía con la fuerza y las armas para luchar esa batalla.

...

Lo llevó a la parte más alejada del castillo, cuando se vieron solos, libre del personal para que hablaran sin testigos.

—Velo con tus propios ojos— le extendió un papel doblado, que a todas luces se trataba de una carta.

La tomó un poco dudoso, pero al comenzar a leerle e identificar la letra de su esposa algo dentro de su corazón se detuvo.

Es cierto que ella no le había enviado muchas notas, o algo que se le pareciese, pero cuando la observaba enseñándole a los pequeños del castillo, o escribiendo deducciones en el costado de los libros que leía no podía evitar quedar embelesado con el brillo que expedía, prendándose de su perfecta calografía en ese tiempo que no estuvo, teniendo como parte de sus recuerdos aquello que comentaba pretendiendo dar su sincera opinión, haciéndolo sonreír al ver su apasionado cavilar.

Es que era exquisita en todos los sentidos.

Se relamió los labios, y sin dilación procedió a leer.

«Querida tía Catalina.

Sé que está preocupada por la manera en que partí, y le puedo asegurar, aunque esta sea mi primera comunicación con usted después de semanas, que me encuentro en perfectas condiciones y que nada me hace falta.

Por lo menos en el ámbito material.

Porque no puedo negarle que mi corazón sigue preso a los sentimientos que albergo por Duncan, aquel gigante que jamás pensé podría convertirse en tan poco tiempo en un ser tan indispensable para mis días.

Lo añoro entre sueños, con mi pecho ardiendo al recordarle.

He de admitir que hui de él, de todo lo que me hace sentir para que fuese feliz, porque yo no era dueña de su corazón, y el merecía una oportunidad para vivir lo que se le fue negado.

Quizás pague las consecuencias por mis actos con un precio muy alto, pero mi corazón está en paz, si él de él está en buenas manos y por fin correspondido.

Para mí es el mejor hombre de todos, y aunque usted no lo soporte sabe que lo que digo no es del todo errado, ya que no me ciega del todo mi amor por él.

Por favor no le insista al pobre hombre para que revele mi paradero.

Es un muchacho que solo cumple con su trabajo, y no sabe a ciencia cierta donde me encuentro, solo se le entregó el correo ni bien estuve lo suficientemente lejos.

Dele mis saludos al tío, y trate de tranquilizarle para que no forme una guerra solo con motivo de dar con mi ubicación.

Ya mi padre debe de estarse enterando de mi situación, y que estoy bien.

Mande una misiva a España, pero he de recalcar que tampoco sabe dónde me ubico.

No estoy con él.

Por favor entréguele la otra carta a Aine, y reitérele que cuando pueda le hare llegar más.

Dele mis saludos a Ali, y espero que Archivald posea salud.

Solo me resta por decirle, que por favor cuide de él así sea en la lejanía.

El no posee culpa al no amarme.

En el corazón no se manda, y el de él está más que ocupado por alguien más desde hace mucho.

Los quiero.

Lady Ángeles MacGregor

Todavía Duquesa de Rothesay»

...

Ella seguía pensando en él, desde que se fue de alguna manera no había dejado de tenerle presente un solo momento.

Reiteraba que le amaba abiertamente, y se había alejado para que fuese feliz sin imaginar, que en esos momentos se sentía el hombre más desdichado de Inglaterra y Escocia.

De Europa entero.

No recalcando que era por un malentendido, ya que en la misiva no mencionaba su supuesta falta, cuando con hablar abiertamente todo se hubiese solucionado.




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