Una Oportunidad Para Amar (lady Esperpento) Ar1

XI

Ángeles

Enero de 1801...

Hermosa.

Sublime.

Naturalmente encantadora.

No había otra palabra para describir la belleza que irradiaba la única mujer en edad casadera del salón.

La cual se hallaba envuelta en un vestido completamente dorado.

Hasta los matices más opacos.

Desde los encajes hasta el tul.

Con el escote un tanto profundo, pero sin excederse a lo vulgar.

De mangas cortas, unos guantes y zapatillas a contraste.

El peinado recogido en un fino chongo, del cual se escapaban intencionalmente unos bucles, que enmarcaban su rostro, dándole la sensación de dulzura y sensualidad ideal.

Brillaba con luz propia.

Tanto que llegaba a encandilar, y parecer una encarnación magistral de ninfa o Diosa en todo su esplendor.

Con su rostro empolvado, y los labios un poco colorados para terminar de complementar el atuendo, de esa manera descendió a donde la estaban aguardando.

Todos.

Hasta los lacayos quedaron de una pieza al verla bajar la escalinata.

—Permíteme manifestarte Ángeles— inicio el dueño de casa—, que eres la mujer más hermosa que han visto mis ojos en años, después de mi querida Catalina por supuesto— culminó su halago el Duque de Montrose, ofreciéndole la mano para ayudarla, mientras la aludida, aunque seguía sin creerle, y acostumbrarse a ese tipo de elogios, más rememorando continuamente lo que le dijo Rothesay la última vez que se vieron, eso siendo casi una semana, se sonrojó visiblemente por tal demostración de adulación.

Tenía el orgullo y amor propio por los suelos.

Odiaba ser tan débil, ya que no se había escatimado en llorar cada vez que se venían a su mente esas palabras tan llenas de desprecio, y animadversión que le dedicó aquel hombre.

Lo odiaba.

Porque solo él había logrado aquello.

Arrebatarle la poca estabilidad que portaba.

Le habían dicho cosas peores, y nada le hubo afectado tanto.

Llegando a una deducción, que de solo recordarle le revolvía las entrañas y de siquiera pensarle... la estremecía.

Él le importaba.

Ilógicamente le inquietaba lo que pudiese creer de ella.

Y eso la hacía aborrecerlo aún más.

Por otro lado, pese a que manifestó que haría cualquier cosa porque se tragara sus palabras, y prometió inventar lo que fuera por ser su esposa, no por imposición si no por deseo de el mismo, cuando dejó de tenerlo en frente desechó la idea al instante.

Por dos razones determinantes:

La primera, ya se hallaba comprometida, y aunque pudiese hacerse algo al respecto, el segundo motivo lo derrocaba todo.

Puesto que no se uniría a un hombre, al cual no le despertarse ni fraternidad.

Aparte de que algo dentro de sí, le impedía que se desquitara de aquella forma tan irresponsable.

Solo deseaba dejarlo todo en el pasado, intentando no volvérselo a cruzar en lo que le restaba de vida.

Porque no podía negarse que la alteraba, pero de eso a dejarse llevar faltaba demasiado camino por recorrer.

Suspiró con pesadez encaminándose agarrada del brazo de su tío, a plantarles cara al resto de parientes.

Su padre le alojó galantemente un beso en el dorso de su mano, provocando que se enrojeciera un poco.

Su tía la abrazó, sintiendo que de alguna forman se ubicaba triste, y como no estarlo si había llegado la hora de que conociera a su prometido, pese a las amenazas en gaélico que le lanzó su tío a Jusepe, o la tristeza de su tía por advertir que se le iba el único recuerdo que le quedaba de su adorada hermana pequeña muerta.

Se topó con la mirada intensa de su primo Archivald, que la observaba descaradamente, logrando ruborizarla al completo, Pese a que se disculpó por su comportamiento cuando se le declaro, volviéndolo a rechazar, aunque él no desistía en su intento por convencerla y que aceptase que la desposara.

Pese a que su decisión estaba más que tomada.

El susodicho se acercó, y plantando un beso como su padre, pero sin dejar de mirarla se despegó de esta, para sin dar más espera continuar insistiendo en algo que no le hallaba pies, ni mucho menos cabeza.

—Sería un honor si me deja acompañarla hasta el carruaje— no pudo negarse, así que le permitió conducirla con una incomodad más que perceptible, acrecentándose porque mientras él seguía en sus tentativas, ella estaba próxima a conocer su futuro marido.

—Le repito...— lo que estaba conjeturando— piense lo que hará con su vida— lo había hecho millones de veces esas semanas—. Recordando que hay un hombre que le ansia con todas sus fuerzas, y desea desposarle para hacerla feliz siempre— bonitas palabras, pero no le calaban a tal punto de ponerle a dudar.

No era el indicado para hacerla recapacitar.

—Archi... por favor— suplicó quedamente, con una fuerza sobrehumana para no quebrarse en llanto—. Sabe lo que pienso— recalcó de nuevo—, y lo que menos quiero es que se aleje de mí— no lo quería perder como familia—. Enserio le aprecio, y por consiguiente no pretendo seguir discutiendo el tema— lamentaba sonar dura—. Por favor no siga, no quiero distanciarme de usted, después de acostumbrarme a su presencia y todo lo que eso implica.

—Cásate conmigo— dejó los formalismos como acto de desespero—, escapemos a Gretna Green— ahogó un chillido de sorpresa—. Permíteme hacerte feliz— eso la hizo frenar su avance.

No sabía cómo afrontar esa nueva petición, que sonaba como una súplica escondida entre palabras amistosas y gestos educados, para que nadie se enterase de lo que estaban deliberando.

Si supiera su padre, y tíos lo que estaba proponiéndole Archivald, se armaría un escándalo, pero no deducía si en son de bien o para mal.

Pero no pretendía descubrirlo, eso era darle esperanzas.

Unas que no se merecía, cuando no pretendía corresponderle nunca, aunque lo intentase, era algo que no salía de sus entrañas.




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