Una extraña en Navidad

Capítulo 3

Rebeca

 

El doctor Bennet, era un hombre atractivo y amable. Él llevaba una bata blanca sobre otras prendas. Me había hecho unas preguntas y ahora tenía mi mano entre las suyas. Su rostro era aristocrático, de cabello castaño y ojos marrones y profundos.

 

— Es muy raro que no recuerde nada, Rebeca — me dijo. — Hablaré con el psicólogo del hospital para que le haga un examen.

 

Yo no supe qué responder, desconociendo de lo que hablaba me quedé callada. En ese momento entraron varias mujeres a la sala, vestían ropas muy apretadas al cuerpo y todas ellas mostraban las piernas, algunas tenían el cabello corto, estas cosas me sorprendieron muchísimo, pero intenté que no se notara.

 

Al ver a las mujeres, el médico soltó mi mano de inmediato y esto me produjo una extraña sensación de estar desprotegida.

 

Una de aquellas mujeres se acercó y saludó de manera cariñosa al médico.

 

— ¡La muchacha ha despertado! — Exclamó la mujer entusiasmada. — Mi nombre es Amelie — me dijo extendiendo su mano hacia mí.

 

Yo la miré sin entender.

 

— Amelie, no creo que sea oportuno — dijo el médico.

 

— Claro que sí, el espíritu navideño siempre es oportuno y obra milagros, como estás viendo — contrarió al hombre que la observaba con una expresión casi de hastío en su rostro. Yo, por el contrario, me sentía muy confundida.

 

— Amelie es mi hermana, ella viene al hospital con su grupo de caridad y leen la biblia a los pacientes — explicó el hombre, cuya voz se había vuelto dulce al mencionar a su hermana y esto me hizo pensar en Médora, ¿qué habría sido de ella?

 

— Exacto — aseveró ella. — Y ahora estamos realizando un calendario de Adviento, para pedir el milagro de la Navidad.

 

¿A qué se referiría? Yo recordaba que de niña mi padre nos leía en fechas navideñas, pero eso dejó de ser una costumbre para nosotros, luego de su muerte.

 

— La paciente no se encuentra en condiciones, Amelie — el médico quiso apartarla.

 

— Pues yo la veo muy bien — declaró la joven.

 

— De hecho, estoy muy bien — concordé. — pensaba irme ya.

 

— No puede irse. Aún no le doy el alta.

 

— ¿Cuál es tu nombre? — Me preguntó la chica, que debía tener mi edad.

 

— Rebeca.

 

— Por qué no te leo un rato, Rebeca. Mientras mi hermano soluciona sus... cosas.

 

Yo miré a ambos con sospecha, pero asentí con la cabeza. El doctor Bennet se marchó junto con la enfermera y la muchacha, Amelie, sentándose a mi lado, comenzó a leer.

 

Los párrafos que recitó me resultaron familiares pero diferentes, aunque claro, yo ya conocía la historia del nacimiento. Papá era muy riguroso en su creencia religiosa, pero mamá, decía que la energía de esta época destilaba magia y que era mejor para rituales. Quizá esto de los milagros tenía algo que ver con eso.

 

— Dime, Rebeca, ¿te ha gustado la lectura? — Preguntó Amelie al terminar.

 

— Sí, gracias.

 

— ¿Ya sabes con quién pasarás la natividad de nuestro señor?

 

— Pues... no, en realidad... no creo tener a nadie.

 

— ¡Oh! No puedes pasarlo sola; de ninguna manera, vendrás a casa.

 

— No creo que sea oportuno — me excusé considerando que esta era una extraña, además mi intención al salir del lugar era buscar a mi familia.

 

— Nadie puede pasar la navidad sola, eso no está bien.

 

El médico volvió en ese momento con otro hombre, mucho mayor.

 

— Alistair, he pensado que esta muchacha puede venir a casa para navidad.

 

— Amelie, es una extraña y además tiene problemas.

 

— ¿Dónde está tu espíritu navideño? Este es un momento mágico de amor y caridad, debemos ayudar a los que lo necesitan.

 

El doctor hizo un gesto que sugería que su hermana estaba loca, por lo que entendí que aquí, donde fuera que estuviera, tampoco era bien vista la magia.

 

— Lo hablaremos en casa.

 

— Bien — ella se volvió hacia mí. — Te veré mañana, Rebeca. Ha sido un placer.

 

— Gracias, el placer ha sido mío — respondí antes de que ella se marchara.

 

— Rebeca, le presento al doctor Smith, es nuestro especialista en salud mental — expresó el médico.

 

— Es un placer — dije.

 

— ¿Podemos conversar un poco? — Me preguntó.

 

— Por supuesto — acepté fingiendo una sonrisa. — Pero, antes… necesitaría… — tuve vergüenza de mencionar mis necesidades delante de dos desconocidos. — … Asearme…

 

— Por supuesto, la enfermera Celine — dijo el nombre en un tono más alto, lo que provocó que la muchacha se acercara, — la acompañará al baño.

 

Me bajé de la cama, muy bien envuelta en las sábanas, y seguí a la chica hacia el fondo de la sala. Allí nos introdujimos en un pasillo y entramos por una puerta a otra habitación.

 

— Allí están los retretes — dijo señalando una estructura de madera con pequeñas puertas.

 

— Gra… gracias — respondí tratando de disimular mi confusión.

 

Me metí en uno de aquellos espacios y allí había un asiento, pero con forma de cubeta, con agua en su fondo. Y por encima había una especie de tanque del cual pendía una cadena.

 

— ¿Está bien, Rebeca? — Preguntó la enfermera.

 

— Sí, solo… he tenido un leve mareo — mentí.

 

Me senté y ejecuté aquello para lo que había venido.




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