Un Perfecto Desconocido

Capítulo 24:  DAÑO

 

Capítulo 24   

DAÑO

 

“Tengo que recordarme a mí mismo que los pájaros no fueron hechos para estar enjaulados.”

-Shawshank Redemption-

 

—Tengo que decirte algo que tal vez no te va a gustar escuchar —soltó Edward una tarde cualquiera de esas en las que salíamos a dar una vuelta y tomarnos un helado de vainilla.

Aparte de su advertencia, el solo timbre de su voz ya me alertaba que la noticia no sería de mi agrado. No tenía idea de que pudiera ser. Nosotros nunca hablábamos de Aitor ni de Margaret. El tema estaba tácitamente vedado como modo de no verter agrio sobre dulce. Mencionar sus nombres siempre provocaba daño a la atmosfera relajada que acompañaba nuestras pláticas, así que para evitarlo, no hablábamos de ellos. Ni para bien ni para mal.

Pero por el tono de su voz y la expresión sombría que detecté en su rostro supe al instante que lo que iba a decirme se trataba de ellos.

—A ver…¿Qué será eso que te ha hecho poner cara de funeral? —pregunté intentando sonar relajada. Hacía tiempo que me había propuesto que el tema de Aitor no me afectara y me esforzaba en que así fuera.

Titubeó un instante. Yo no insistí, me quedé en silencio esperando que estuviera listo para soltar lo que fuera.

Finalmente tomó un hondo respiro y soltó la noticia que me tomó por sorpresa.

—Margaret está embarazada…de Aitor…van a tener un hijo…

Quedé congelada. No puedo ni explicar las razones por las que esta noticia me sacudió de la manera que lo hizo. ¿Acaso no era una consecuencia normal de dos adultos que tienen una relación?

Sí, lo era.

Pero igual me dolió.

Por alguna extraña razón me dio con mirar el reloj. No sé por qué tuve esa acción involuntaria. Quizás quise saber el día y la hora exacta en que perdí toda esperanza de un regreso de Aitor. Tal vez fue que no supe que hacer conmigo misma. Hasta me parece que se me olvidó respirar porque de pronto sentí que me faltó el aire. No sé qué pasó, tuve un revuelo de sensaciones dolorosas e inexplicables. Debió ser que una puerta que siempre vi entreabierta de pronto se cerró por completo y supe que jamás se volvería a abrir.

Intenté contener mis emociones lo mejor que pude. No es fácil que te claven un puñal en el pecho y seguir andando como si nada. Es difícil pero lo estaba intentando.

—Vaya…enhorabuena. Un hijo siempre es una alegría —respondí esbozando una sonrisa y haciendo un esfuerzo sobrehumano para detener el llanto que amenazaba con asomarse. Pero no lo permitiría. Ninguno de los dos valía una lágrima mía.

—No tienes que disimular que no te duele —Edward parece adivinar el terremoto que siento por dentro.

No obstante, lo disimulé. Me negaba a sucumbir y sentir pena de mi misma, de lo patético de sufrir por quien evidentemente la estaba pasando bien. Incluso pensé que era mi castigo por forzar un vínculo que nunca debió existir. Si aquel día me hubiera largado a tiempo del hospital ahora no estaría sufriendo.

— ¡Brindemos por los nuevos padres! —solté con entusiasmo, casi euforia.

Edward quedó desconcertado con la sorpresiva propuesta.

— ¿Brindar? Pero si lo que tenemos son solo helados…

— ¡Entonces brindemos con helados! —respondí con naturalidad.

Unimos con un leve toque los conos que sosteníamos en nuestras manos como mímica de un brindis. Edward rio por lo descabellado que le parecía semejante brindis pero creo que entendió que era mi manera de enfrentar lo inesperado.

Me gusta que no cuestione mis sentimientos, que me deje sufrir cuando lo hago y que se haga el loco cuando lo necesito. Edward sabe ser mi amigo.

***

En Sweet Temptations la noticia fue recibida de distinto modo.

— ¡Ajá! Entonces,  ¿Margaret es ahora la Barbie embarazada?  —increpó Lucy con una mezcla de suspicacia, recelo, duda y hasta algo de repugnancia pero que me pareció gracioso y no pude menos que sonreír ante su ocurrencia.

— ¡Que bárbara eres, Lucy! ¡Qué cosas las que dices!

Luego se quedó un rato pensativa.

—Bueno, al menos así tendrá que olvidarse de Edward y tendrás el camino libre —añadió.

— ¿Camino libre? ¿Para qué? No tengo nada con Edward ni lo pienso tener…—respondí un tanto sobresaltada.

Lucy blanquea los ojos con impaciencia.

—Ya basta, Nazi…admite que Edward cuando menos te gusta. Y no te sientas mal por eso. El tipo es un bombón y anda babeándose por ti desde el primer día que te vio.

No supe que responder. En mi cabeza no atinaba a ver a Edward como otra cosa que un simple amigo. Era dulce, paciente, simpático y sí, es cierto…también era guapo. Pero…no sé.

Herodes se asomó de repente a preguntar si había llegado el nuevo pedido de azúcar morena.

— ¿Ustedes vienen aquí a trabajar o solo se dedican a hablar de hombres? —preguntó con su acostumbrado refunfuñar.

A veces se me olvida que Herodito trabaja con nosotras y sus intempestivas apariciones me toman por sorpresa.

Lucy lo miró de arriba abajo. Por supuesto, ella no sabe morderse la lengua.

— ¡Te vamos a buscar una vieja para ti, Herodes! Así te unes a la conversación… —soltó Lucy entre carcajadas mientras él volvía a perderse en la trastienda haciendo caso omiso y farfullando palabras ininteligibles.

Cuando volvimos a quedarnos solas, Lucy volvió a insistir.

—Si en serio no quieres nada con Edward, corta esa amistad. No es justo para él. Le hace daño. Lleva meses cortejándote y tú ni te das por enterada. Déjalo ir, Nazi…déjalo ir.

Sus palabras me descolocan. ¿Dejarlo ir? Pero…pero…¿Cuándo fue que lo retuve?




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