Un Perfecto Desconocido

Capítulo 21:  A REY MUERTO

 

Capítulo 21   

A REY MUERTO

 

“No importa quién te rompió el corazón o cuánto tardará en sanarse, pero nunca lo vas a superar sin tus amigos.”

-Sex and The City-

 

—Pues bien, amiguita. La próxima vez que veas a Casper dile que no parece un fantasma amigable…

— ¡No te burles, Lucy! Te juro que era ella…era Margaret la que se apareció en aquella pizzería.

Lucy comenzaba a perder la paciencia conmigo. No la culpo porque a la verdad la historia era bastante inverosímil, como sacada de la más burda película de atracción fatal.

Pero entre cliente y cliente le fui contando lo que pasó y ella no me tomaba en serio.

—Supongamos que fuera verdad. Que la loca de Margaret los siguió y se apareció por allá… ¿En qué modo te afecta? ¡Debes ignorarla! Lo que ella quiere es intimidarte y hacerte perder la paciencia y que cometas una estupidez. ¡No lo permitas!

— ¿Se dio cuenta Aitor? ¿La vio? ¿Te hizo un comentario de que le pareció verla? ¿Cambió en algún modo lo mucho que se divirtieron?

—No.

— ¿Entonces?

Tal vez Lucy tenía razón pero no por eso iba a dejar de preocuparme. Aitor y yo estamos bien, habíamos logrado afianzar una bonita amistad que bien podría tornarse en algo más serio. Con el tiempo yo podría convertirme en su prometida de verdad. Pero todo eso podría venirse abajo en cualquier momento. Solo bastaba que Margaret cumpliera la amenaza que tiene por una absurda rivalidad. No es mi culpa si Edward no la quiere. ¿Cuándo lo entenderá?

Pero bien sabido es que no existe enemigo pequeño.

Lo que yo construía poco a poco con Aitor, Margaret lo iba destruyendo por el otro lado. Lo comprobé cuando luego de varios días, la intensidad de las llamadas y mensajes de Aitor fueron disminuyendo. En ocasiones, solo respondía si yo lo llamaba y en otras ocasiones ni siquiera eso.

“No tiene mensajes” “Su buzón está vacío”  era lo que decía mi teléfono cada vez que lo revisaba.

No llamadas perdidas, no mensajes sin leer.

Cuando lo llamaba no lo conseguía o me respondía con evasivas, como si quisiera cortar la comunicación y no se atreviera. Su voz dejó de tener aquella alegría pícara que antes le adivinaba.

Ya no me hacía invitaciones, no me enviaba el saludo de cada mañana o los besos de buenas noches. Nunca más volvimos a la playa o fuimos de paseo por la ciudad. Al principio, yo me hice a la idea que estaría muy ocupado trabajando o mil otras excusas que inventé para calmar mi propia ansiedad. Pero más adelante, era evidente que Aitor se estaba alejando.

No volvió a aparecerse por mi trabajo y ni siquiera vino a comprar un boleto manual cuando Lucy –LucyFer otra vez- volvió a desconectar la maquina expedidora de boletos para obligarlo a entrar. Esta vez el truco no funcionó. No sé cómo le hizo Aitor ese día, quizás tomó un taxi. Mi ilusión se iba diluyendo en el mar de lágrimas que lloré cada noche. Sollocé hasta dormirme.

“¿Qué pasó Aitor? Dime… ¿Qué fue lo que pasó?” me preguntaba cada día sin tener nunca la respuesta.

Solo circulaban dos posibilidades en mi cabeza. ¿Se cansó de jugar a la conquista? o ¿Margaret cumpliendo amenaza?

No fue fácil adivinarlo porque las dos posibilidades me causaban igual dolor. Fue entonces que me sacó de la duda quien yo menos esperaba.

Edward.

Me esperó un día al salir del trabajo. No me había dado cuenta que estaba justo allá fuera de la puerta de Sweet Temptations poco antes de mi hora de salida.

Lucy lo vio primero.

—Oye, Nazi… ¿Ese bombón que está allá afuera no es acaso Edward? —preguntó Lucy haciéndome un gesto con la cara para que volteara a verlo.

Herodes se asomó para gruñir.

—No comiencen con sus cosas que me quiero ir! —nos regañó cuando vio que se acercaba la hora de salida y todavía estábamos hablando sin comenzar a hacer los preparativos del cierre.

— ¡Ya va! ¡Vete tú si quieres! —ladró Lucy de vuelta. Poco después sentimos el portazo de salida de Herodes.

Yo hice caso omiso. Estaba demasiado ocupada pensando en la razón que tendría Edward para llegar allí.

—Vamos a terminar el cierre pero luego me tengo que ir. Pero si quieres te acompaño hasta que sepas a que vino. Es obvio que te está esperando. No es por mí que viene —remarcó Lucy.

Negué con la cabeza.

—No te preocupes, yo sabré manejarlo. Cualquier cosa, te envió señal de auxilio por teléfono —respondí.

—Está bien, estaré pendiente. Pero antes de irme te daré un consejo: No llores por el Aitor cuando tienes a éste babeando por ti. A rey muerto, rey puesto —espetó como despedida.

Cuando finalmente salí de la tienda, Edward se acercó sin pérdida de tiempo.

—Nazireh…hola… ¿Cómo estás? —preguntó.

Se le notaba serio aunque con una clara expresión de alegría en los ojos. Se veía tan guapo como siempre. Pienso que Edward es un tanto misterioso, una especie de enigma. Pero cada vez que me mira de la forma que lo está haciendo ahora me pregunto porque no lo conocí antes. ¿Por qué no era él quien tomaba el tren cada mañana? Creo que me hubiera ido mejor.

—Estoy bien, gracias. ¿Qué haces por estos rumbos?

—Pensé que lo supondrías…vine a verte.

—Lo supuse. Es solo que no puedo imaginar cual es el motivo.

Edward se quedó mirándome intenso. Tanto así que comencé a sentirme un poco nerviosa.

— ¿Me permites llevarte a tu casa? ¿O a dondequiera que sea que vayas? —ofreció.

No respondí de inmediato. Titubeé un poco. Pero él insistió al verme vacilante.

—Prometo portarme bien —dijo al tiempo que llevaba su mano derecha hasta el corazón en señal de solemne juramento.




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