Tú eres el hombre que amo

Capítulo 30

Owen 

Esos ojos siempre serán mi perdición. 

El día en que comenzó el hechizo en el que me vi envuelto al conocer a Celeste, fue el día en que descubrí la mirada más limpia e inocente de este mundo. En ella no había maldad, todo era tan transparente en esa mirada, todos sus sentimientos y emociones estaban detallados en como ella miraba. 

Nunca he podido escapar y en este punto no quiero hacerlo, si fuese por mí ya estaría arrodillado ante ella con un anillo en mano, no quiero seguir siendo un niñato que pierde el tiempo cuando no quiero hacerlo, lo único que me impide que cumple todo lo que quiero es que sé, que, si me pongo de rodillas ahora, Celeste entrará en pánico. 

Es por ello que mejor disfruto de bailar no una, sino dos, tres, cuatro canciones. Pierdo la cuenta de cuantas veces bailo con ella, pierdo la cuenta de cuantos besos he robado de sus labios que ya no tienen ese labial rojo tan apetecible. Solo sé que me encuentro envuelto en una burbuja con ella de la que no quiero salir, quiero quedarme más tiempo y disfrutar como nos hemos privado en estos tres años. 

Cuando pido la cuenta los ojos se Celeste llamean en deseo y algo más que sé que no está lista para reconocer, pero a pesar de que quiero desnudarla y hacerla mía toda la noche, lo cierto es que cuando salimos del restaurante todo lo que hacemos es caminar bajo los faroles y calles llenas de historias. Dejo el coche y disfruto de su mano entre las mías que me llenan de calidez, claro que primero saqué el abrigo del coche para Celeste porque, aunque ese vestido es una delicia, se congelaría su culo sin un abrigo. 

—Le daré la oportunidad a tu madre de acercarse a Aida—la voz de Celeste rompe el silencio tranquilo que tenemos, bajo la vista hacia ella quien me sonríe con suavidad—sé cuán importante es tu familia para ti, así que le daré una oportunidad y... si a ella se le ocurre hacer algo contra mi hija, jamás la volverá a ver—confiesa en voz baja, pero segura. Sé que Aida es lo primordial, su bienestar está por encima de todo. 

—Gracias nena—llevo sus manos a mis labios y beso sus nudillos con suavidad—esto es muy importante para mí, tú eres muy importante para mí—confieso y ella sonríe y juro que ni la noche estrellada más hermosa del mundo le hace justicia a su sonrisa. Ilumina la oscuridad, hace latir el pecho de una forma que sé que jamás nadie logrará hacerlo, es por eso que la abrazo aspirando todo el aroma que despliega su cuerpo, adorando la forma en que encaja conmigo. 

—Aida merece solo el amor de aquellos que quieran darlo, no está para recibir migajas—asiento desacuerdo con sus palabras, duramos más tiempo caminando y conversando. Disfruto de las palabras que me dirige o cuanto me hace anécdotas de Aida más pequeña.  

Estamos avanzando, poco a poco, pero sé que llegará el día en que reciba de nuevo aquellas palabras que hacían estremecer mi pecho. 

Cuando llegamos a casa vamos y le damos un beso a nuestra princesa y confirmamos que duerme, pero, cuando llegamos a mi habitación contrario a lo que ocurrió la última vez, en esta me tomo mi tiempo de desnudar lentamente a Celeste mientras beso cada centímetro de su piel, no pierdo un solo lugar, me empapo de ella, de todo lo que siento por esta mujer. 

Escucharla gemir solo aumenta las ganas de tomarla de una forma que me desconozco. Ella es receptiva a mi tacto y la enloquezco con mis dedos y lengua para luego enloquecerla cuando entro en ella, la tomo sin piedad, robándome los gritos que quiere ocultar, pero que no puede.  

Y cuando estoy encajado a ese lugar cálido que me atrapa como un guante, pierdo cualquier pensamiento aparte de ella. Siento su humedad y calidez, sus jadeos y los míos, la pruebo por horas y aun así no me canso de ella, de sentirla, de amarla, de escucharla. 

La beso y acaricio hasta que sus ojos se cierran y se duerme donde debería hacerlo cada noche, a mi lado, conmigo, en mi cama abrazada a mí. 

*** 

Estoy nervioso cuando mamá comienza a llorar cuando ve a Aida de frente, mi hija aún no se ha dado cuenta de que mamá se encuentra en esta habitación, ella está jugando mientras escucha música que le dejó Celeste quien se está dando una ducha.  

Hoy me odió un poco porque llevamos a Aida tarde a la guardería y, por consiguiente, ella llegó tarde al trabajo. Le fue difícil despabilar luego de la noche que tuvimos y yo no mencioné nada cuando vi una marca roja en su cuello a causa de mis besos sin piedad, pero, en la oficina le dije a mamá que podía venir a ver a Aida y mamá se apareció hace unos minutos. 

Ahora trata de limpiar las lágrimas que suelta sin control, yo la abrazo viendo a la pequeña.  

—Es mi hija, tu nieta—susurro y doy pasos entrando a la habitación, al sentirme Aida levanta la cabeza y su sonrisa es inmediata. 

—¡Papi Owe!—sonrío sentándome a su lado, siempre me llama como si fuese la primera vez que me ve, aunque yo no me quejo, amo escucharla llamarme así y estoy seguro de que nunca cambiará eso. 

—¿Qué hace mi princesa?—pregunto y Aida se acerca a mí, siempre busca estar cerca. Sonrío un poco y acaricio su cabello despacio.  

—Un perrito—me enseña el dibujo con una sonrisa. Tengo que fingir que entiendo que ese dibujo es un perro, pero lo cierto es que no se entiende nada por lo que sonrío. 

—Es bonito tu perrito—miento y ella se ríe encantada con mi cumplido—oye princesa, hay una persona que quiere conocerte—los ojos de Aida se muestran curiosos. 

—¿A mí?—se señala y sonrío. 

—A ti, a la niña más bonita y grandiosa del mundo—ella se ríe. 

—¿Quién?—le hago una seña a mamá para que se acerque, ella limpia sus lágrimas y trata de no verse tan afectada, se acerca a nosotros con su sonrisa maternal y se sienta a mi lado. Aida de inmediato se oculta en mi pecho con vergüenza y la mira con curiosidad—princesa, ella es mi mamá, tu abuela—mi hija me mira sorprendida. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.