Si tan solo hubiera sido yo

Capítulo 14

La lluvia sigue cayendo con suavidad. Las calles ya lucen mojadas y los peatones apresuran sus pasos para huir de la lluvia y volver pronto a sus casas. De seguro les espera la calidez de sus hogares.

Emanuel los contempla de reojo. No puede evitar sentir cierta envidia de imaginar que se así. A él en cambio solo lo espera una enorme casa, oscura y fría. Sin nadie que lo reciba más que sus propios empleados.

Por ello, tal vez, fue que se detuvo frente a la puerta de un bar. No entró, se quedó titubeante mirando hacia su interior. Luego hizo una mueca antes de darle la espalda al edificio. No, no puede seguir ahogándose en alcohol de esa forma. Aunque su cuerpo clama desesperado poder huir de los sentimientos que lo aprisionan, de beber y perderse en la inconsciencia, comienza a entender que no es lo mejor. Durante seis años no ha hecho más que ahogarse en sí mismo. Tal como le dijo Rose ¿Hasta cuando va a seguir así?

Entrecierra los ojos dejando escapar un suspiro.

Dio dos pasos atrás, dispuesto a volver a su oficina, pero en eso se da cuenta del hombre que yace en el suelo sentado a un costado del negocio. Luce abatido y descuidado, el cabello desordenado y no se ha afeitado en días. Tensó su mirada al darse cuenta de que ese es el aspecto que le ven cuando lo han encontrado borracho encerrado en su despacho.

Ver a ese tipo lo hace sentirse peor, le hace recordar como él ha caído de la misma forma, por lo que pasa a su lado con indiferencia hasta que ese hombre lo toma del pantalón. Al percatarse de esto, se gira de mala forma dándose cuenta de que aquel lo mira fijamente para luego sonreírle con torpeza.

—Tanto tiempo sin verlo, señor Stravros….

Los ojos de Emanuel se abren aun más sin ser capaz de reconocer a dicho individuo. Pero extrañamente, debido a verlo en un estado tan deplorable, siente compasión, algo que no es usual en su carácter. Tal vez también se deba al hecho de que él, al igual que el desconocido, ha intentado huir de su vida queriendo ahogarse en el alcohol.

Aquel quiso decir algo, pero no fue capaz de articular palabras entendibles, luego carraspeó antes de volver a intentarlo.

—Soy Sebastián Sáez… el ganador… —se rio con pesadumbre.

“Sebastián Sáez” se quedó en silencio intentando recordarlo. Emanuel lo contempló sin que su rostro le ayudase tampoco a saber de quien se trata.

—No, el ladrón del proyecto de Emilia…. —corrigió el desconocido torciendo en una mueca.

Esas palabras bastaron para refrescar la memoria de Emanuel. Abrió los ojos, sorprendido. Recordó que este tipo es el hombre del cual Rose, cuando aún era llamada Emilia, estaba enamorada. Era un hombre de cabellos castaños, ojos claros, atrayente y risueño. Pero que debido a sus insinuaciones fue capaz de robar el proyecto de Rose en el trabajo, dejándola a ella como una ladrona frente a todos en la oficina. Debido a esto Rose perdió toda credibilidad en su carrera y sus papeles quedaron manchados de por vida, de modo que jamás pudo volver a trabajar en esa área.

Emanuel no está libre de todo esto, ya que fue él quien le dio un ligero empujón a traicionar a Rose. Pero si Sebastián hubiera sido lo suficientemente leal y buen compañero nunca hubiera cometido la infamia de perjudicarla de esa forma.

—¿Qué…? —quería preguntarle qué le pasó. Lo último que recuerda es que se quedó con el proyecto robado y se llenó de elogios que no eran suyos.

Debería tener una carrera prospera, una vida tranquila y no tirado en el piso, borracho, fuera de un bar de mala muerte.

Sebastián pareció entenderlo, pues sonrió con pesadumbre desviando la mirada sintiéndose avergonzado de la manera como ha terminado. Se enderezó sentándose en la calzada y volvió a sonreír, pero burlándose de sí mismo.

—Al final todo se paga en esta vida ¿o no? —fue como si se hablase a sí mismo—. Quise creer que todo iría mejor, e incluso que podría aun recuperar a Emilia. Al principio todo iba bien, mi abuela recibía su tratamiento y tontamente pensaba que un día podía incluso llevarla a casa. Mi abuela nunca se recuperó y las pocas veces que volvía su cordura solo preguntaba por Emilia… murió tres meses después. Y al perderla me di cuenta de que no tenía nada, no tenía a nadie más. Tenía dinero, buen trabajo, pero nada más. Solo podía ir al cementerio y llorar…

Se quedó en silencio llevándose ambas manos a la cabeza.

—¿De qué me servía la buena fortuna que le robé a una mujer inocente si a la final iba a quedarme solo con eso? Intenté salir con muchas otras chicas, pero solo una de esas relaciones prosperó, creía que todo comenzaría a mejorar con esa nueva pareja… pero mis habilidades laborales no fueron las esperadas y pronto perdí mi trabajo. Tenía buenos antecedentes, pero debido al proyecto de Emilia, era ella quien en verdad tenía que ocupar ese puesto, yo no daba con lo que pedían ni la capacidad exigida. Al quedarme sin trabajo no pude pagar el caro departamento en que me endeudé, ni el caro auto que compré. Todo se vino cuesta abajo, mi pareja me dejó porque me dijo que no podía vivir en la miseria y con mis deudas. Me quedé solo y sin dinero, sin nada, sin nadie, sin ganas de seguir peleando. Antes me aferraba a seguir adelante porque tenía a mi abuela, por ella tenía que avanzar a pesar de la culpa… pero ahora no tengo nada por lo que quiera seguir viviendo.

Se rio con tristeza.

—Lo único que me queda es beber y olvidar, y esperar que todo esto se acabe…

Ambos se quedaron en silencio. Es incomodo, Emanuel solo tosió para romper la monotonía y estaba a punto de seguir su camino cuando Sebastián volvió a hablar.

—¿Cómo… está ella? —preguntó para luego bajar la mirada, avergonzado, después de tantos años como se atreve a preguntar por la persona a la cual le hizo tanto daño.

Emanuel endureció la mirada ¿Con qué derecho pregunta por Emilia? Aprisionó ambas manos para luego darse cuenta de que está actuando de manera inmadura. Es tonto que sienta rencor contra ese hombre cuando no fue más que una pieza de ajedrez en su juego, un simple peón que terminó por cumplir sus movimientos.




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