Secreto de amor

4

En cuanto Adam estuvo en condiciones, tuvo una entrevista con la policía. Estos estaban interesados en saber cómo se había producido su herida, y Adam intentó contarles que alguien lo había apuñalado en un callejón oscuro, pero tampoco fue capaz de formar esas palabras y decirlas. Se parecía mucho a lo que sucedía cuando intentaba decirle a Tess quién era él, y entonces recordó la voz que había dicho algo acerca de labios sellados. De su boca no salía nada que tuviera que ver con Adam Ellington, ni lo que había sucedido en ese extraño episodio en aquel callejón.

Le tomaron las huellas, y en pocos minutos supieron todo acerca de él.

Su nombre era Michael Moore, treinta años, y tenía orden de captura por varios delitos menores tales como hurto, y porte de documentación y dinero falso. No bien estuvo recuperado, fue esposado y trasladado a una comisaría, donde debía esperar a ser juzgado y luego trasladado a una cárcel del condado. Al día siguiente se presentó ante él Geoffrey Martin, un abogado de medio pelo que lo que hizo fue recomendarle que confesara sus delitos para obtener el favor del juez, y, tal vez, una pequeña rebaja en la pena.

—¿No oyó lo que le dije? ¡Acabo de enterarme de quién soy! —exclamó Adam sumamente consternado. Jamás había estado en prisión, ni siquiera cerca de ellas. Siempre fue un ciudadano de bien, de los que le aportan a la comunidad, no uno que le quitara y por eso mereciera ser castigado—. ¡Estuve herido y no recuerdo nada de mi vida! —siguió— ¡Ni siquiera sé cómo luce mi cara! 

—Señor Moore —lo interrumpió el abogado elevando una mano y tratando de calmarlo—, le recomiendo que tome otra actitud. Ningún médico respaldará su historia.

—¿Ningún médico?

—No es posible que por una herida en el abdomen alguien pierda la memoria —explicó el hombre elevándose de hombros, sin mirarlo—. No sufrió ningún daño en su cabeza, así que…

—¿Usted es médico?

—Claro que no…

—Entonces es un médico el que debe decir eso, ¿no le parece?

—¿Tiene el dinero para contratar un buen médico que lo ayude en eso? —diablos, no, pensó Adam cayendo sentado de vuelta a la silla metálica y sintiéndose cada vez más frustrado y molesto. No tenía un solo centavo en el bolsillo. Su billetera había desaparecido, si es que la había tenido, y la ropa con que había salido del hospital era donada, porque de la ropa que había tenido antes sólo se pudo rescatar el par de botas desgastadas. Todo había quedado manchado de sangre y por lo tanto, desechado. No tenía nada, más que el aire en sus pulmones; mucho menos podía contratar un equipo de profesionales que lo sacara de este problema—. Y como es evidente que tampoco tiene el dinero para pagar la fianza que se le impone, lo mejor será confesar, mostrar una actitud humilde ante el juez y pagar la condena. Sólo serán tres meses en prisión.

—¿Sólo tres meses, dice usted?

—El hurto en el que está implicado fue simple, no hubo heridos, ni demasiados daños materiales; y la documentación falsa no era para usted, así que podemos ponerlo como algo circunstancial… —Adam se puso ambas manos en la cabeza sin deseos de seguir escuchándolo.

Todo esto pintaba mal. No sólo estaba en la otra punta del país, lejos de Tess, sin un centavo para volver a San Francisco, sino que ahora también tendría que enfrentarse a tres meses de prisión. ¡Él!, que jamás en su vida se quedó con nada que no le perteneciera.

Eso arruinaba muchas cosas; para encontrar un buen empleo, para volver ante Tess como alguien digno de admiración… 

Si ni siquiera Adam, alguien que fue su amigo, y que tenía dinero, educación, y todo en este mundo pudo conseguirla, mucho menos podría el pobre diablo de Michael Moore.

—Dígame, al menos —le pidió al abogado—, qué día es hoy. Por favor—. El abogado lo miró sin traslucir ninguna emoción en su rostro o en su voz cuando dijo…

—Es el veinte de mayo de dos mil quince—. Adam levantó la cabeza y lo miró sumamente confundido.

—¿Qué?

—Tal como lo oyó—. Un guardia los interrumpió y volvió a llevárselo a su celda.

Veinte de mayo, pensó sentándose de nuevo en su catre, que chirriaba al menor movimiento. Hacía dos meses había tenido su cita con Tess, ¡ya habían pasado dos meses desde que Adam Ellington muriera! 

¿Cómo se había ido tanto tiempo? En el hospital sólo estuvo un par de semanas, así que ese tiempo se había esfumado entre que Adam Ellington se accidentara y Michael Moore fuera apuñalado, y para él había sido sólo un parpadear.

—¿Por qué me hiciste esto? —susurró pasándose las manos por el cabello sucio y grasoso—. ¿Por qué? En vez de acercarme a ella, sólo me alejo más y más. ¿Por qué te empeñas en separarme de ella? —pero nadie contestó a sus interrogantes, y Adam no tuvo más remedio que resignarse.

 

Los tres meses no se pasaron tan rápido como hubiese querido, y como era de esperarse, aquí no había espejos. Todavía no sabía cómo era su cara, pero al menos era alto, un metro ochenta, y estaba sano en varios sentidos. 

Le habían recortado el cabello al entrar a la penitenciaría, y pudo ver cuando éste cayó al suelo que era rubio. Conforme fueron pasando los días fue perdiendo algo de peso debido a la mala comida que se les daba, y pronto se dio cuenta de que también era bueno ir mejorando su estado físico.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.