Rubí

Capítulo 1

Rubí no miró atrás. Salió del pequeño apartamento y anduvo hasta dejar atrás todo, necesitaba conseguir a su padre y estaba segura de que había ido a jugar póker de nuevo. Estaba un poco nerviosa, porque no sabía que podría encontrar. Su padre llevaba mucho tiempo jugando al póker. Pero se dijo que era algo en que no se podía confiar, así recordó las palabras de su madre al morir.

 

"Tu padre un día va a perder todo, y ese todo puede ser tu Rubí".

 

Hacía frío esa noche, además, ya casi era media noche, y aun así fue a buscar a su padre. Se puso la cazadora y avanzó por un complejo de lujo que se extendía a lo largo de una playa privada, de arenas blancas. La luna estaba llena y arrancaba destellos plateados que la hacían brillar. Hacía brisa y el aire olía a fruta y a mar.

Pasó por delante de una piscina, y saludó al camarero de la terraza antes de dirigirse al edificio principal. Después, cruzó el vestíbulo y tomó un corredor que daba a una serie de salones reservados para los propietarios de las casas de lujo. El sitio donde los ricos llevaban a sus amantes y jugaban a las cartas. Al llegar a una puerta, se detuvo.

Apretó los puños, respiró hondo y se dijo a sí misma que debía ser fría como el hielo, y conseguir a su padre. El póker era un juego fácil para los que en verdad sabían jugar y perder, y ella sabía que su padre a veces perdía jugadas y también mucho dinero.  Desde que ella estaba muy pequeña, aprendió de su padre a jugar al póquer y era muy buena, pero eso era otra cosa, pero su padre sí que se dedicaba a desplumar a los turistas en los casinos. Y Rubí había aprendido que la mejor forma de mostrarse era ser insensible. Pero también sabía que su padre no debía jugar con fuego porque algún día se quemaría.

 

Su madre se lo había advertido una y mil veces en vano y él había despreciado su advertencia una y mil veces también. Hasta que la vida se lo había enseñado de la peor manera posible, ya su padre era un adicto al juego y a la bebida. Y ese día iba a hacer hoy, quien jugara con su padre. Se iba a arrepentir y por consecuencia, a perder y, a perderlo, todo se dijo ella. Sin embargo, Rubí ya no era la jovencita de antes. Había luchado mucho con su padre para que no perdiera todo lo que tenían.

 

¿Qué pasaría con su padre si había perdido su suerte con las cartas? ¿Qué pasaría si su padre perdiera la habilidad de marcarse, faroles y engañar a sus compañeros de partida? Además, estaba ella por el medio. Si su padre perdiera dinero que haría ella, tendrían que subirse al primer avión y huir de allí. O que su padre se quedará sin un céntimo. Suspiró, abrió la puerta y saludó al enorme guardia de seguridad que estaba sentado en una silla.

 

— Hola, Kai, has visto a mi padre.

— ¿Qué estás haciendo aquí, Rubí? Tu padre se marchó hace un rato, y no tenía buena cara…

— A dónde fue Kai.

Kai frunció el ceño.

— Él salió con unos hombres a otro lugar.

— A dónde fueron Kai me podrías decir.

 

El guardia de seguridad miró su cazadora de cuero, sus vaqueros ajustados y sus zapatos de tacón de aguja.

 

— Te has cambiado para estar aquí Rubí, sabes que es una perdida de tiempo, tu padre nunca va a cambiar. 

— Este es el mejor vestuario que tengo, cuando necesito conseguir a mi padre y más para jugar a las cartas.

— Ah… Dijo, confundido.

— Está bien, tu padre fue a otro sitio más íntimo, a jugar con hombres muy poderoso.

— Me imagino que apostaran mucho dinero allí.

— Bueno, esta es la zona suerte...

 

Rubí abrió la puerta y entró en una habitación sin ventanas. Las paredes estaban tapizadas con una tela ancha, de color rojo, que caía desde el centro del techo. Era como estar en la tienda de campaña del harén de un Jeque. Pero, cuando se acercó a los hombres que estaban jugando a las cartas, sus temores se desvanecieron al instante.

Había conseguido a su padre. Entre los jugadores no había ninguna mujer. Las únicas mujeres de la sala eran las que estaban detrás de los hombres, embutidas en vestidos muy escotados y sonriendo con labios pintados de rojo. Rubí dijo hacia su adentro.

 

"Por Dios padre, a dónde has venido a parar"

 

Rubí reconoció al crupier, que pareció sorprendido al verla en la sala; se llamaba Chris, aunque no pudo recordar su apellido. Los cuatro jugadores eran Andy, Albert y un tercero que no conocía, estos eran tipos que vivía del petróleo.   Fuera como fuera, había llegado el momento de jugar. Y ella necesitaba interrumpir esa jugada, Rubí se abrió camino entre el séquito de seductoras. A continuación, sin pronunciar una sola palabra, se sentó al lado de su padre, en una de las dos sillas que estaban vacías.

 

— Ya es hora de irnos padre. 

 




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