Mi primera ilusión

3. Inicio de clases y sorpresas

A pesar de las opiniones negativas de sus padres, Naomi siguió adelante con su idea de pasear las mascotas de sus vecinos a un precio moderado cada vez que ellos lo requieran, siempre y cuando sea dentro del horario estipulado: tardes y noches, sin los inclementes rayos del sol. Y muy contrario a lo que ellos se imaginaron, le estaba yendo de maravilla.

La vecina de la casa contigua se sintió agradecida con la idea, siendo su primera y fiel clienta. Los primeros dos días solo lo paseaba a él, Spanky, un labrador de tamaño mediano y pelaje color chocolate. Era bastante enérgico, jugueteaba bastante con Ciro dando volteretas y persiguiéndose uno al otro. Le hacían caso y no daban muchos problemas, era más sencillo de lo que pensó en un inicio.

Las buenas referencias de su vecina le sirvieron de mucho, al tercer día se unieron dos perros más, Firulais y Piggle. Al quinto otro más, Roxy, y al cabo de dos semanas su repertorio de clientes estaba al tope. A diario paseaba alrededor de quince perros en tres turnos de una hora cada uno, iniciando a las cinco de la tarde y terminando casi a las nueve de la noche agotada, sudada y con los músculos adoloridos. Se podía dar el lujo de descansar los fines de semana, días en que solo salía con su pequeño Ciro a pasear y disfrutar de la brisa nocturna.

Y entre paseo y clases de dibujo, sus últimos días de vacaciones llegaron, ese fin de semana debería preparar todas las cosas para la escuela y el trabajo tenía que quedar relegado a solo tres días por semana, más por petición de su madre que por otra cosa.

—Naomi —llamó Nilsa desde la sala—, ven acá.

Al llegar a la sala, Nilsa la esperaba vestida y maquillada. Siempre le precio que su madre era una mujer de verdad hermosa, su cabello castaño era liso y sedoso, sus 180 cm de estatura la hacían ver dominante y fuerte, pero en su rostro denotaba dulzura y bondad. No se parecía mucho a ella, sus ojos azul celeste era uno de los detalles que más las diferenciaba, solo compartían el color de su casi pálida piel blanca.

—¡Señora!

—Necesito que te vistas, saldremos a dar un paseo —anunció sonriente.

—¿Veremos una película? —indagó esperanzada.

—No, iremos a comprar tus útiles escolares —explicó con burla.

—Nah, paso —contestó con desgana.

—Dije vamos, y punto —exigió con seriedad.

—Sí señora.

A regañadientes se duchó y vistió con lo más sencillo y fresco que tenía, el sol aún estaba en su apogeo y no quería regresar llena de sudor. Salieron juntas en el carro familiar rumbo al centro comercial, las ventanas abiertas de par en par para poder refrescar el aire caliente dentro del vehículo. Aliviadas, entraron al centro comercial sintiendo el aire acondicionado que refrescaba su piel.

—Deberíamos comprar un aire acondicionado —sugirió Naomi—, o moriremos de un paro cardiaco ocasionado por el calor tan horrible que hace aquí.

—No haces más que dramas, niña —replicó Nilsa divertida.

Entraron a la papelería, compraron todos y cada uno de los útiles según figuraba la lista escolar, los textos académicos y algunos lienzos extra grandes como regalo.

—Te has portado bien y cumplido con tu trabajo —explicó Nilsa— ya era hora que seas responsable.

—¿Es una felicitación o un regaño? —indagó Naomi confundida.

—Es una advertencia para que no sigas haciendo preguntas, o devuelvo los lienzos —expresó con tono amenazante pero mirada divertida.

—Te quiero muchísimo, madre mía —exclamó sonriente.

—Interesada —replicó con fingida indignación.

Recorrieron algunos almacenes de ropa y calzado solo para distraerse, prometiéndose que un día de esos harían una tarde de shopping solo madre e hija, siempre y cuando se portara bien esos días y cumpliera con sus deberes de la escuela.

Terminaron la tarde con un helado y conversaciones divertidas, pasar el rato de esa manera con su madre era de lo mejor, pero no se daba muy seguido. Se divertían en casa, charlaban y se hacían bullying unos a otros, pero el salir y chismosear cosas en común le daba a la experiencia un toque más personal.

Regresaron a casa aun entre risas, aparcando el carro a final de la calle donde había un garaje tipo estacionamiento para quienes poseían vehículo. Al ser su casa pequeña, no tenían donde guardarlo por las noches y esa fue su única opción. Sacaron todas sus compras cargando varias bolsas con maniguetas, siendo Naomi quien llevara las más cargadas y pesadas.

Justo en frente, en la misma acera de su casa, había un apartamento bastante simple y sencillo. ¿Por qué le llamó la atención? Había una muy escandalosa fiesta allí, con música infantil y muchos niños correteándose unos a otros. Los adultos charlaban entre ellos, mirando entre veces las locuras y travesuras de sus hijos más pequeños, y en una esquina varios chicos de su edad con caras largas y aburridas solo tratando de conversar entre ellos sin muchas ganas.

Su sorpresa fue grande al notar un rostro conocido entre ellos, aquel chico que la observaba desde lejos en sus clases de dibujo. «¿Vivirá allí?», se preguntó alarmada, porque de ser así no le gustaba mucho la idea, su acosador estaría más cerca de lo que esperaba y quería. Uno de los chicos a su alrededor le tocó con gran insistencia el hombro para llamar su atención, le dice algo al oído con mirada picara y señala en su dirección sin mucha discreción.




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