Mi primera ilusión

1. La llegada a la Esmeralda

Frío y vacío espacio oscuro, nada, completa soledad y silencio, solo ella en su propia inconciencia. Luchó contra su propio cuerpo, exigiéndose despertar y seguir con su camino, pero no respondía. ¿Qué más podía hacer? Confiaba en Ciro, le podría dar su vida entera y sabía que la cuidaría con esmero, pero las circunstancias ameritaban más atención y pensamiento crítico. Estaba en peligro, uno real y letal.

Sus padres le regañarían, eso estaba más que seguro, ¿qué había ido a hacer a ese lugar después de todo? Ninguno podía entenderla, saber que su refugio en aquel árbol era todo lo que una vez sintió suyo en ese lugar. Solo quiso despedirse, tomar algunas cosas que no podía dejar por nada del mundo y salir. Nunca pensó que ellos la encontrarían, y ese era el problema de su vida entera: nunca estaba segura de en qué momento ellos aparecerían.

Podía sentirlos, veía sus auras aun estando lejos, pero eso no era suficiente cuando de ellos se trata. El sentirlos de esa manera solo significaba una cosa, tener que correr a una nueva mudanza. Algunas veces, cuando están recién llegados, bastaba con hacer un par de hechizos para desviar el rastro y así poder seguir allí. Pero no esa vez, ya habían pasado un año en un mismo lugar, su esencia estaba tan inmersa allí que era imposible mitigarla, más en su pequeño refugio.

El suave vaivén de sus sueños la acurrucaron, pero una extraña y familiar sensación de mareo le hizo estremecerse. Él estaba por aparecer, y lo odiaba.

—Tan ingenua como hermosa, siempre tan inocente, mi querida Naomi —susurró muy cerca de ella, pero seguía sin ver nada.

No era la primera vez que él aparecía, un chico de tez morena, cabello negro y ojos verde-azules, tan fríos y llenos de maldad que la dejaban paralizada. Aquel desconocido aparentaba tener su edad, pero por dentro su alma estaba seca y marchita como la de un anciano, uno perverso y con una vida igual de oscura que su aura.

No sabía quién era, como la conocía ni mucho menos si era real. deseaba que no fuese así, pero su propia mente le advertía que sí y que debía tener todo el cuidado con él.

—¡Piérdete! —logró susurrar arrastrando las palabras como si le costara pensarlas.

—Mi linda y preciosa Naomi, no sé por qué te sigues resistiendo a mi —dijo con una suave risa—, sabes que algún día tarde o temprano estarás en mis brazos, y créeme que cuando pasé, no te soltaré jamás.

—En tus sueños, idiota —a la fuerza, fue llevada por un túnel de luz cegadora dejándola recostada en un suave césped.

Abrió los ojos sentándose en el suelo con brusquedad, sintiendo con alarmante claridad la brisa rosar su piel, el olor de la tierra mojada por la lluvia y su voz justo detrás de ella. ¿cómo era posible? No es más que una pesadilla, una demasiado vívida.

—No lo es, Naomi, es más de lo que te quieres demostrar a ti misma y lo sabes —susurró cada vez más cerca de su oído—, solo retrasas lo inevitable.

—¿Quién eres? —indagó con voz rasposa, sintiendo dificultad al hablar.

—Tu otra mitad, tu complemento, tu futuro —contestó él, mientras rodeaba la cintura de Naomi con sus brazos—. Sabes quién soy y lo que seré para ti, no te lo niegues.

Su frío aliento le erizó la piel, sintiéndolo tan cerca que le causó estremecimientos. El miedo siempre la abrumaba cuando él la tocaba, la miraba con sus profundos ojos o simplemente aparecía. Su sola presencia no auguraba nada bueno, más que su debilidad y fragilidad. El dejar que toda su energía saliera con solo esos dos hechizos le demostraba cuando débil era, lo mal que había entrenado sus habilidades y lo que le faltaba por aprender. No solo de sí misma, sino de todo en general. De él en especial.

—¡Suéltame! —exigió con voz entrecortada.

—¿Por qué te resistes? Serás mía, aunque lo quieras negar —se burló.

—Jamás sucederá, eso tenlo por seguro —expresó.

Y con ello, una electrizante energía empezó a recorrer su cuerpo, una calidez que le embargó y que solo le decía una cosa: su padre la estaba curando. Aunque significase problemas, sabía que era lo mejor que podía pasar, despertaría y se alejaría de aquel chico.

—Disfrútalo por ahora, dentro de muy poco te tendré entre mis brazos —dijo molesto, sintiendo el forcejeo de su conciencia luchando por despertar—, así tenga que buscarte yo mismo.

Y con un fuerte estremecimiento, la misma sensación de mareo la envolvió llevándola lejos de él, a la superficie de su conciencia y de ahí, a la luz de la realidad. Con una fuerte inhalación y el corazón acelerado, abrió los ojos centrándose poco a poco en lo que había a su alrededor.

Nada, una sala vacía, Ciro llorando por lo bajo, y su padre a su lado con el ceño bastante fruncido y la frente arrugada. Sus lentes, sostenidos a duras penas sobre el puente de la nariz, amenazaba con caer y dado el constante movimiento de su cabeza: negando una y otra vez sin quitar sus ojos acusadores de ella.

—Espero por tu propio bien, Naomi, que tengas una explicación para esto —exigió Félix, su padre.

—¿La tengo? Tal vez, pero, ¿podría ser mientras vamos de camino? —sugirió con prisas, levantándose de casi un salto—. No hay mucho tiempo ni habrá si no nos vamos en este instante.

—Solo faltabas tú, todo está listo —expresó con enfado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.