Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo XI: Latidos

• LATIDOS •

Con una sensación hostil surgiendo desde lo más profundo de mi pecho, desperté una vez más en aquella habitación.

Estaba furiosa.

¿Cómo diablos se había atrevido a presentarse frente a mí de esa manera?

Edward no solo parecía, era una persona realmente molesta. Al principio pensé que era arrogante y desagradable, pero a medida que lo conocía me iba dando cuenta de sus constantes cambios de humor, aunque al final, resulto que era igual que todos, un maldito pervertido y maldición, por alguna extraña razón pensar en eso me agradaba.

No.

De ninguna manera.

Sacudí con fuerza mi cabeza, algo malo debía de haber conmigo. Comprimí mis puños y miré hacia la ventana. Para esos momentos otra vez ya era de noche. Ya había pasado mucho tiempo fuera de casa así que me apresuré a levantarme, pero en eso mi teléfono sonó con la alerta de un mensaje.

Inmediatamente lo alcancé pensando en que se trataría de alguno de mis abuelos, sin embargo, cuando vi el número en la pantalla no pude evitar apretarlo.

Era increíble que después de tanto tiempo, Matthew me estuviera buscando.

Aguanté mis lágrimas y me cubrí el rostro. Él era un estúpido.

—Y lo es —dijeron de pronto a mis espaldas.

No fue necesario girarme para saber que se trataba de Edward.

—Me alegra saber que al fin despertaras —continuó diciendo desde algún punto del cuarto—. Pensé que nunca lo harías.

Aun cuando sus palabras sonaron tan frías y distantes como siempre, hicieron que mi corazón se exaltara.

Lo escuché sonreír y no sé por qué diablos su estúpida risa me puso nerviosa.

—¿Qué sucede?

Me preguntó al cabo de unos segundos.

Mi sonrojo comenzaba a ser evidente.

Quise levantarme y mirarlo, pero la maldita imagen de él usando solo una toalla alrededor de su cintura me lo estaba impidiendo.

—Oh, ya veo —dijo viniendo de nuevo hacia mí—. Supongo que el haberme visto casi desnudo te dejo sin palabras —espetó en un tono arrogante, sensual y adictivo. Yo negué en silencio, no iba a admitirlo y no lo haría—. Lo dudo —susurró lento—, pero... sino es así entonces ¿por qué el sonrojo? —inquirió, pero al igual que antes no respondí.

Tragué saliva, imaginarlo en esas condiciones no era algo sano para mí, mucho menos si yo solo estaba usando una pequeña camisa. Apreté los ojos con fuerza, no quería seguir pensando en lo perfecto que él era.

Maldito Edward.

¿Por qué demonios no podía dejar de recordarme lo deseable que se veía?

Lo escuché volver a sonreír.

Me sentía avergonzada. Verlo salir de la bañera con su larga cabellera mojada y sin nada más que una pequeña toalla me había hecho perder en mundo lleno de fantasías.

Su cuerpo era perfecto, él era perfecto.

Aun cuando no lo estaba mirando sentí que amplió su sonrisa.

Chasqueé los dientes, si había algo que me molestara más que su sola presencia era que él se creyera tanto. Apreté los puños y me giré para encararlo, pero en eso el sonido de mi celular me distrajo, otra vez era Matthew.

Gemí con indiferencia, no iba a conteste y no lo haría, estaba furiosa, por alguna razón lo único que recordaba era a él y a Cecil traicionándome, apreté el teléfono entre mis manos una vez más y suspiré, fue entonces que volví a escuchar a Edward hablarme:

—¿Acaso no vas a contestar? —dijo él con un muy mal tono frente a mí. No entendía por qué de repente se había puesto así—. Esa cosa ha estado sonando todo el día y en lo personal es un poco molesto escuchar ese sonido.

Apenas y lo miré, su tonto comentario me había hecho enojar.

—Y no me importa si es que te enojas —añadió tajante—, tampoco si es que no comes.

Por la comisura de uno de mis ojos pude notar como él estaba mirando una pequeña bandeja con comida, comida que quizá él había traído para mí desde la mañana y que yo no comería.

Hice una mueca, luego lo vi caminar hacia la ventana mientras ocultaba sus manos en el interior de sus bolsillos.

—Lea. —Me dijo—. No suelo ser alguien muy paciente. —Su tono de voz comenzaba a ser diferente—. Sin embargo, te estoy tolerando. Ya has pasado demasiado tiempo en mi casa así que, vístete, es tarde y tengo que llevarte a casa.

Sus frívolas palabras me hicieron mirarlo todavía más.

Mordí uno de mis labios y dejando de lado mis nervios me atreví a hablarle:

—Que bien —dije al encararlo—. Porque yo tampoco soy alguien muy paciente así que, dime... ¡¿Qué demonios estoy haciendo aquí?! —pregunté sin dejar de mirarlo a los ojos.

Edward dio un paso hacia atrás. Ni siquiera me había percatado de lo cerca que estaba yo de él.




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