Linaje: Secretos de Sangre

Capítulo VII: Miedo

• MIEDO •

"Por favor, cuida de tu hermano"

Sin saber cómo de nuevo desperté entre gritos y sollozos. Hacía un par de noches que tenía esas últimas palabras rondando en mi cabeza, mi madre, era quien se encargaba de decírmelas. Chasqueé los dientes. Por alguna extraña razón sabía muy en lo profundo de mí ser que, aunque ella insistiera, yo no podría cumplir con su promesa.

Con las manos entre el cabello me recargué en el respaldo de mi cama mientras intentaba reponerme, aunque era difícil.

Respiré profundo y volteé a mirar la hora, como siempre, era de madrugada.

De nuevo todo había sido tan claro, los actos, las palabras, los gestos y los mismos rostros de mis padres.

Aquella noche él expresaba en sus ojos la furia y la decepción que sentía por mí mientras que ella, mantenía en su mirada el dolor y la tristeza que intentaba por mucho ocultar detrás de esa dulce sonrisa.

Suspiré.

Su muerte aún me dolía.

Por unos momentos cerré los ojos hasta que por algunos instantes pude dejar mi mente en blanco. No supe cuánto tiempo pasó, tampoco fue que fuera consciente de ello. Estaba mirando a través de la ventana cuando de pronto la voz de Itan llamó mi atención. Lo miré, él se encontraba parado bajo el marco de la puerta con un oso de peluche entre sus manos.

Recorrí un poco mi cabello y sonreí.

—Hola —musité en voz baja.

Él se acercó a mí, alcé las cobijas y de inmediato se acurrucó bajo mis brazos.

—¿Volvieron tus pesadillas? —preguntó luego de cinco minutos.

La comisura de mis labios se frunció.

—No —contesté con un suave murmullo—, sólo... No podía dormir —dije.

—¿Segura? Porque estabas gritando mamá una y otra vez.

Escucharlo decir eso, hizo que mi corazón se estrujara de nuevo, apreté mis labios y lo abracé aún más fuerte.

Había momentos en los que tenía ganas de hablar y de decirle la verdad, pero aún era demasiado temprano para hacerlo. Itan aún era un niño y, aunque era muy inteligente eso no significaba que no le dolería la muerte de nuestros padres o peor aún, no significaba que no me odiaría a mí, aun así, lo pensé.

—Oye... —Lo llamé con un tono profundo—. Mamá... —murmuré lento al tiempo en que me aferraba a ese cuerpo delgado mientras me atragantaba con un nudo en la garganta, dudé otros dos segundos más y finalmente lo evadí—. Sí, tuve un par de pesadillas —dije mientras acariciaba el color cenizo de sus cabellos—, pero no te preocupes que no fue nada malo —agregué.

Él bajó su mirada y sin decir nada más se acurrucó de nuevo contra mi pecho hasta que se quedó profundamente dormido.

Verlo dormir así, como lo estaba haciendo me hizo pensar en lo feliz que él era.

Con cuidado me puse de pie y me acerqué a la ventana, fue entonces que miré al cielo. En las estrellas casi siempre encontraba lo que mis ojos no me dejaban ver.

Inconscientemente murmuré el nombre de Matthew. Pensar en él muchas veces me hacía sonreír sin que yo me diera cuenta y como había dicho Cecil, había momentos en los que ese chico me hacía feliz.

Mientras seguía mirando hacia el cielo pensé en aceptar su invitación y... ¿por qué no? Comenzar a darle una nueva oportunidad, después de todo él siempre había estado a mi lado.

Pensar en ello me emociono.

Estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no noté la velocidad del tiempo. Llevaba un par de horas afuera sintiendo sobre mi piel la helada oscuridad de la noche que era acogida por las pocas luces decembrinas que iluminaban a esas horas las calles.

A pesar de que faltaba muy poco para la navidad sentía como si el tiempo muchas veces se estancara. El viento soplo recio y de inmediato mi piel se erizo, aunque no fue un escalofrío que me causara miedo, sin embargo, al final de la noche pude sentirlo.

Mi vista se desvió hacia la calle empedrada, al fondo de esta y a mi izquierda puede ver las luces blancas de un automóvil. Enarqué mi gesto, era demasiado tarde como para que alguien estuviera llegando, pero también era muy temprano como para que decidieran salir de paseo.

Tras un minuto de espera finalmente un auto negro se detuvo, era demasiado ostentoso como para no suponer que se trataba de aquel único ser arrogante al cual no había visto en tres largos días.

—Edward —murmuré sin dejar de ver la puerta del auto.

Una parte de mí sabía que era él.

Me recargué en el barandal y esperé hasta que momentos después lo vi salir. Como casi siempre vestía de negro. Debía admitir que aquel color le asentaba muy bien, usaba un pantalón de vestir junto a una camisa de mangas largas, las cuales tenían en su empuñadura una delgada franja roja que iba a juego con su fría personalidad y elegancia, la tenía un poco abierta del cuello, solo el primer botón estaba abierto.

Edward llegó a la acera y me miró con arrogancia.




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