Lección de pecado ❃ Hyunin

♡ :  CAPÍTULO XXIII

 

[JEONGIN.]

—No puedo hacer que pases por el portón sin el director. —Mis dientes mordieron el interior de mi mejilla mientras me inclinaba hacia el conductor en el asiento delantero, se había presentado como Minho, y escudriñaba el pueblo sin vida cubierto de nieve a través del parabrisas—. Déjeme en la rectoría. Allí mismo.

La visión del auto estacionado de Hyunjin me dio esperanzas. Dada la gruesa capa de polvo blanco que tenía encima, hacía tiempo que no iba a ninguna parte.

A menos que se haya ido con Changbin a Seúl.

En cuanto Minho se detuvo, agarré mi maleta y me bajé de un salto.

—Gracias por traerme.

No esperé su respuesta. Los nervios me habían puesto muy tenso durante las seis horas de viaje, y toda esa preocupación se desvanecía mientras caminaba hacia la puerta de su casa. ¿Y si no estaba aquí? ¿Y si me rechazaba? ¿Y si tenía otro hombre, o una mujer allí con él? ¿Por qué iba a pensar eso?

Llamé a la puerta.

Cuando no respondió, me entró el pánico. Minho esperó en el auto. Era un tipo nuevo. Nuevo para mí. Mi madre tenía muchos conductores. Todos llevaban armas y servían de guardaespaldas. Él tenía un aspecto militar, expresión severa, piel morena, músculos por todas partes, y vibraciones de vete a la mierda durante días. No se iba a ir hasta que pudiera informar a mi madre de que yo estaba al cuidado del Padre Hyunjin o a salvo tras la puerta de mi prisión.

Me moví para impedir que viera mi mano y probé el pomo. La puerta se abrió.

¡Aleluya!

Me despedí con la mano y me deslicé dentro de la casa, cerrando la puerta tras de mí.

—¿Hyunjin?

Silencio.

Vacía.

Tardé cinco segundos en recorrer cada habitación y determinar que no estaba aquí. No habría salido de la ciudad con la puerta sin cerrar. Podría haber salido a correr. Pero probablemente no con este frío extremo. Las únicas huellas que llevaban a la puerta principal eran las mías. Dondequiera que haya ido, se fue antes de que nevara.

Me asomé a las cortinas y confirmé que Minho ya no estaba aquí. Luego me colgué la maleta al hombro y me dispuse a buscar a Hyunjin.

La borrascosa caminata convirtió mis dedos en témpanos, pero cuando llegué a las puertas arqueadas de la iglesia y las abrí sin resistencia, me olvidé por completo de las gélidas temperaturas. Una fiebre de euforia me invadió mientras me arrastraba hacia el vestíbulo. El aroma de la cera de las velas y el incienso impregnaba el aire. Las maderas brillantes y las vidrieras de colores bailaban bajo el resplandor de innumerables velas. Filas y filas de llamas parpadeantes iluminaban el perímetro y detrás del altar.

Y allí, arrodillado en el primer banco, estaba la oscura silueta de unos hombros rectos y una cabeza inclinada.

Cuando la puerta se cerró tras de mí, su cuello se giró y su mirada azul abrió un camino desde mis botas hasta mi gorro de punto. No había sonrisa. No había evidencia de felicidad. Ningún alivio al verme. Mi corazón se desbordó en jirones de vulnerabilidad, derramándose por el suelo.

En sus manos llevaba un rosario. Me pregunté cuánto tiempo había estado rezando aquí. Las velas se encontraban en charcos de cera líquida, lo que sugería que habían estado ardiendo durante horas.

—Hola —Dejé caer mi maleta, junté mis dedos temblorosos detrás de mi espalda, y enderecé mi columna—. No tengo el código de la puerta.

—Se supone que estás en Bishop’s Landing. —Desplegó su alto cuerpo del banco y se puso en pie, con un movimiento deliberadamente pausado que me hizo temblar la sangre.

—Yo estaba solo allí, y tú estás solo aquí. No tengo ninguna expectativa. Yo solo…

Tenía una fantasía muy sucia de que me controlara. Solo quería estar aquí, entregarme a él y dejar que me usara como quisiera.

—Solo pensé… —Mis dientes castañetearon—. Podríamos tomar un café juntos, escuchar música navideña, intercambiar insultos ingeniosos…

La energía siniestra, apenas contenida, erosionó mi voz.

Se metió el rosario en el bolsillo, se colocó en el centro del pasillo y se puso de espaldas al altar. Una espalda fuerte y orgullosa, revestida de negro. Dedos largos y talentosos que se agarraban a la base de su columna. Piernas separadas para sostener su poderosa postura.

—Quiero algo más que café, música e insultos contigo. —Su voz de terciopelo negro se deslizó por mi piel—. Cierra las puertas.

Dulce y santo Señor, no había duda de lo que eso significaba.

Los últimos cuatro meses se habían enrollado tanto a nuestro alrededor que no había forma de parar esto. No quise, ni por un segundo, pisar el freno. Estaba tan jodidamente excitado. Nervioso. Aterrorizado de estar cometiendo un error.

—No hagas esto por mí.

—Oh, princesita. —Se mantuvo de espaldas a mí mientras su oscura risa reverberaba en la iglesia—. Estoy haciendo esto por mí.

Esa era la respuesta que necesitaba. Me quería para él. Sin importar el castigo o las consecuencias. Estaría rompiendo sus votos para su propio propósito.

Echando la mano atrás, bloquee el cerrojo de acero de la puerta. El sonido se estrelló en el espacio consagrado, la caída de un pesado martillo, haciendo sonar su advertencia.

No hay vuelta atrás.

Mis botas ya estaban en movimiento, siguiendo el camino que había elegido, persiguiendo mi única gran pasión. A mitad del pasillo, me las quité de un tirón. La bufanda, el sombrero, el abrigo y los calcetines dejaron un rastro tras de mí. Intenté deshacerme de mis nervios, pero se aferraron, convirtiendo mis entrañas en un lío nervioso.

Cuando llegué a su espalda, aún no se había vuelto para mirarme. Su postura rígida vibraba de tensión. Estaba de pie en la base de los cuatro amplios escalones que conducían al altar. Me apetecía tocarlo, recorrer con mis manos su magnífico cuerpo, pero más que eso, necesitaba ver su cara.



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En el texto hay: hyunjin, jeongin, hyunin

Editado: 30.07.2023

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