La memoria indeleble

Capítulo 19. La verdad según Gallardo

No lo vio venir. Braulio Gallardo se tambaleó y después cayó al suelo, mientras yo me frotaba la mano dolorida.
—En muchas cosas te pareces a tu padre —dijo, mientras se limpiaba la sangre del labio con un pañuelo -, también en ser muy impulsivo.
Di un paso hacia él, dispuesto a golpearle de nuevo, pero don Anibal me lo impidió, sujetandome.
—Te ha dicho la verdad, Diego —dijo mi patrón —, aunque sea muy duro escucharlo, es la verdad.
—¡No puede ser! —Grité.
—Es totalmente cierto —rezongó el policía.
—Mi madre no era una asesina.
—Tu madre, Diego, era una persona muy enferma —continuó diciendo, Gallardo —. La muerte de su hermanito la trastornó y solo vivía del odio. Un odio enfermizo y cruel. Y fue ese odio el que acabó con la vida del que hubiera sido tu hermano mayor.
—No puede ser... —repetí, cubriendo mi rostro con las manos. Fue Beatriz la que me abrazó, acunándome como a un niño pequeño.
—Tu padre, enloquecido de dolor vino a verme días después y me contó lo sucedido. Me pidió perdón por no haber hecho caso de mis advertencias y me pidió, sobre todo, que ocultase lo ocurrido. Él adoraba a tu madre, Diego y a pesar de que clavó un cuchillo en su alma, desgarrándosela, no quería que acabase sus días en una prisión para enfermos mentales. Me rogó que le ayudará y yo...yo le ayudé. Necesitaba mucho dinero para cerrar bocas y acallar comentarios y tu padre me dio todo lo que en aquel momento poseía. Un dinero que había recibido por los derechos del último libro que acababa de escribir. Sé que te dijeron que yo chantajeaba a tu padre y aunque ahora sabes que no es así, lo dispuse todo para que pareciese eso mismo. Un policía corrupto no es algo que extrañe mucho a la gente hoy en día. Era la única forma de justificar esa perdida de dinero.
—¿Entonces nadie se enteró? —Pregunté.
—Nadie que no hubiese sido acallado con un buen fajo de billetes. El dinero compra el silencio entre otras cosas. Yo mismo me encargué de enterrar a tu hermano y de eliminar todas las huellas de lo sucedido. Un médico conocido mío alegó que tu hermanito murió de una enfermedad que llaman muerte súbita del lactante y así constó en el acta de defunción. Un crimen que nunca saldrá a la luz. Un crimen oculto por amor.
—¿Y mi padre que hizo después?
—Tu padre se empeñó en curar a tu madre y lo consiguió. Durante un tiempo muy largo Clara fue internada en un centro especial donde a base de un tratamiento muy riguroso y con la ayuda de los mejores especialistas lograron atajar su mal y desterrar su odio. Nunca volvió a ser la misma, pero cuando miraba a tu padre ya no sentía deseos de dañarle y pudieron rehacer su vida. Rodrigo nunca la culpó por la muerte de su primer hijo y siempre decía que ella no sabía lo que hacía en el momento en que asfixió al bebé, porque era su enfermedad y no ella la culpable de sus instintos homicidas. Clara pareció recuperarse y un tiempo después naciste tú.
—Aún no terminó de creérmelo. ¿Por qué nadie me dijo la verdad?
—Comprenderás, Diego, que era muy difícil explicártelo todo —dijo don Anibal.
—Lo comprendo —alegué.
—Cuando tú naciste —dijo Gallardo —, todos estábamos muy preocupados por la posible reacción de tu madre. Temíamos que al ver a un bebé renacieran aquellos instintos enterrados en lo más profundo de su mente. Pero no ocurrió nada. Clara se volcó en cuidarte y protegerte y pudimos respirar tranquilos. Tu padre fue muy feliz al sostenerte entre sus brazos y ver la sonrisa de felicidad de tu madre y durante un tiempo todo siguió así, hasta que ese maldito libro selló vuestro destino.
—¿Quién dio la orden de detener a mi padre? —dije comprendiendo en aquel momento que alguien, oculto en las sombras era nuestro Richelieu particular.
—Yo recibí la orden de mis superiores —dijo Gallardo —, pero siempre supe que venía directamente de lo más alto.
—¿De quién?
—Del ministerio de cultura. Según ellos, aquel libro era un atentado contra la moral y contra la Santa Madre Iglesia. Tu padre se creó unos enemigos muy poderosos.
—Pero si doña Estrella, según me contó, solo le avisó a usted, don Braulio, para que asustase a mi padre, alguien tuvo que acusarle ante el ministerio.
—Exactamente, Estrella vino a verme bastante furiosa y me explicó lo que Rodrigo había hecho con ella y con la editorial de la que era socia, me dijo que tu padre parecía haberse vuelto loco y que había escrito un libro que iba a traerle más de un quebradero de cabeza. Me conminó a que hiciese algo para impedir que ese libro fuese comercializado y yo accedí a intentarlo. El mismo día que recibí la orden de arresto de tu padre, fui a verle y diseñamos un plan para hacerle desaparecer. Dos días mas tarde acudí a su casa con la orden de arresto y le llevamos a comisaría. Mi propio jefe, el comisario Fuensanta me hizo llamar aparte y me explicó lo que quería de mí. Dijo, textualmente que Rodrigo debía desaparecer y también me dijo que la orden venía de muy arriba. Desaparecer era un terminó que solíamos usar con bastante frecuencia y yo lo que hice, obedeciendo sus órdenes, fue hacer desaparecer a tu padre. Claro que la forma en que le hice desaparecer fue muy distinta a la que todos tenían en mente. ¿Quién fue quien le delató? Eso, Diego, nunca lo he sabido. Pero estoy seguro de que esa persona también fue el culpable de la muerte de tu madre.
—¿Pero, por qué matarla a ella?
—Clara no se conformó con la explicación que le dieron sobre la desaparición de tu padre y sé que contrató a un detective privado para que averiguase la verdad. Yo estuve tentado en varias ocasiones de contárselo todo y decirle que Rodrigo seguía vivo, pero no llegué a hacerlo. El detective, Carlos Rubio, una persona honrada y honesta del que yo había oído hablar en muchas ocasiones y un verdadero profesional, apareció muerto unas semanas después. Dijeron que fue un suicidio.
—¿Le asesinaron? —Pregunté.
—Le encontraron muerto en su apartamento. Se había volado la tapa de los sesos con su propia arma. Se comentó que padecía un caso grave de alcoholismo y que era muy inestable, pero nada de eso era cierto. Creo que se acercó demasiado a la verdad y descubrió quien había dado la orden de matar a tu padre. Tu madre murió un mes más tarde y también dijeron que había sido un suicidio, en este caso ingiriendo un bote entero de somníferos. Ahora ya sabes lo que sucedió, Diego.
—Pero seguimos sin saber quién fue el que los delató. Tuvo que ser alguien muy cercano a ellos, tanto de mi padre como de mi madre.
—Sí —dijo Braulio Gallardo —, alguien muy cercano.

                                                                                                •••

—Acabarás por volverte loco, Diego —dijo, Braulio Gallardo, cuando al fin nos quedamos solos —, pero lo has hecho muy bien —se frotó la barbilla y dijo: —quizás demasiado bien.
—Creí necesario hacerlo para que no sospechasen —dije.
—Y no lo hicieron. Tu reacción fue muy creible.
—También influyó el conocer la verdad.
—Sabía que iba a ser demoledor para ti conocer lo que ocurrió de verdad y pensé que así resultaría más natural.
—¿Sabe lo que pienso? Me siento como el imbécil que nunca se entera de nada y al que todo el mundo oculta información. Así es como me siento.
—A veces hay que dividir las dosis para que la verdad sea más llevadera.
—¿Hay algo más que necesite saber? —Pregunté con sarcasmo.
—Por mi parte te he contado todo lo que sé. Quería que estuvieses presente cuando explicase mis sospechas y que esos, tus amigos, también estuvieran. Estoy convencido de que uno de ellos es la persona que buscamos.
—O puede que sean los dos —dije.
—No me extrañaría. Seguramente ellos intentaron ponerte en mi contra, ¿verdad?
—Lo hicieron tan bien que casi llegué a creerles. Fue Sanabria quien me convenció. Nunca había conocido a un secuaz tan leal a su jefe. Creo que pondría la mano en el fuego por usted.
—Sanabria es un buen tipo. ¿Sabes que lleva a mi cargo más de veinte años? Podría considerarlo un amigo si él no evitará serlo en todo momento. Se conforma con ser un leal servidor y eso es de agradecer, porque los amigos son los primeros que te traicionan.
—¿Y a usted? ¿Puedo considerarle mi amigo?
—Ya te he dicho que la amistad, la auténtica amistad es un valor prácticamente inexistente hoy en día. Considérame un fiel aliado. Alguien con un mismo objetivo que tú: Encontrar quien traicionó a Clara.
—¿Cuál es el siguiente paso ahora? —Pregunté.
—Tú, en tu privilegiada posición, deberás esperar a que nuestro objetivo de el siguiente paso. Yo, por mi parte, trataré de averiguar el origen de esos anónimos.
—¿Cree que pueda ser mi padre quien los mandó y... que fuese quien asesinó a don Julián?
Esperé la respuesta de Gallardo, aunque sospechaba cual sería su contestación.
—Tu padre era incapaz de matar a una mosca, pero la gente cambia, sobre todo cuando las circunstancias le superan a uno. No lo sé, Diego, pero espero de todo corazón que no haya sido él.

                                                                                              •••

Ese era, entonces, el plan que Braulio Gallardo me había adjudicado a mí. Permanecer junto a las personas de las que sospechaba y estar muy atento para descubrir al presunto culpable.
Ya solos, en casa de mi patrón y con la mirada de Beatriz pendiente de mi persona, me propuse averiguar de una vez por todas la verdad.
Don Anibal se me acercó y me pasó el brazo por los hombros en señal de amistad.
—Sé que es muy duro todo lo que Braulio te ha explicado, Diego, pero esa es definitivamente la verdad de todo. Me gustaría que me perdonases, una vez más, por todos los secretos que te he escondido, pero no sabía como contártelo, me comprendes, ¿verdad?
Asentí sin pronunciar palabra, pensando en la forma de hacerle hablar con la esperanza de descubrir algo que me dijera quién era en realidad aquella persona.
—Estoy seguro de que debes de estar muy confundido, Diego y no es para menos. Me siento como si no hubiera hecho más que contarte mil y una mentiras y esa no era mi intención, créeme.
—Le comprendo. Es todo tan... tan extraño —dije.
—Sí, es una historia muy difícil de comprender y sobre todo de asimilar —continuó el librero.
—Ya no sé quienes eran mis padres. Ya no sé nada de nada.
Don Anibal bajó la mirada y suspiró, después miró a su hija y nuevamente a mí.
—Siempre es difícil conocer a las personas, incluso a las que día a día están junto a uno y a las que crees conocer bien. Siempre hay secretos, motivos ocultos y recuerdos que han llegado a marcarte y que jamás has contado a nadie y que permanecen en algún recóndito rincón de la memoria. Recuerdos que no quisieras volver a revivir y que sin embargo nunca te abandonan.
—¿Usted también oculta algo? —Le pregunté, tratando de sonsacarle.
—¿Yo? ¡Claro! Como todo el mundo. ¿Acaso tú no guardas algún secreto, Diego?
—Uno o dos —reconocí.

—¿Ah, sí? —Me preguntó Beatriz, que había estado al tanto de toda la conversación —¿Y tú, qué secretos guardas, Diego?

—Nada importante, la verdad —respondí —. Y tú, ¿no tienes algún secreto por ahí, Beatriz?

—Sí, pero no pienso contároslos a vosotros —dijo la jovencita sonriendo.
—Creo que tienes algo que contarle a tu padre, ¿no es así?
Beatriz me miró estupefacta, pero luego asintió.

—¿Qué es eso que tienes que contarme? —Preguntó don Anibal.

—Se trata del colegio, me han expulsado.  




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