Enseñar a Mamá a Quererme

Capítulo 5

 

Aime se movía con cuidado por las calles de Northumberland Avenue, haciendo una particular pregunta a cada persona con la que se topaba en el camino.

—¿Disculpe, sabe en dónde está el orfanato? —repitió esa pregunta más veces de las que pudo contar. Nadie le decía nada. Las personas parecían tener prisa por ir hacia sus destinos, algunas ni siquiera le prestaban atención. Aime siguió insistiendo hasta que finalmente se dio por vencida. 

Subió hasta un mirador y desde allí observó los barcos en el río Tamesis. 

—¿Qué vamos a hacer ahora, Whiskers? —le preguntó a su conejito, levantándolo sobre su regazo mientras ella tomaba asiento en una banca de metal—. Si no encuentro a mi otra mamá no podré ayudarla —se sintió muy afligida. A la pequeña se le ocurrió que si iba al orfanato y les contaba su situación ellos podrían ayudarla a buscar a su otra mamá. Estaba convencida de que tenían que saberlo. A su maestra le había sacado algo de información en complicidad con su amiguita Lily sobre la ubicación del orfanato, pero no era muy buena guiándose y ahora estaba perdida—. Tengo miedo Whiskers, así que buscaré a un policía para pedirle que nos lleve con papi, solo espero que no se enoje mucho por irme de la escuela.

El conejo brincó de sus piernas y se movió por el suelo haciendo un gesto gracioso con la nariz. El pobre animalito tenía hambre y pronto la pequeña también. Su pequeño estómago gruñó en protesta.

—Creo que fue una mala idea irme de la escuela en el recreo, lo siento Whiskers no debí involucrarte en esto —le dijo a su amigo, frotándose su pancita. Buscó dentro de su mochila algo de comida.  

Solo tenía un paquete de galletas de coco, el resto de su lonche se había quedado en la escuela. Se apresuró en abrir el envoltorio con sus dientes y compartió un poco de la galleta con su amiguito Whiskers.

—Espero que no te haga daño.

Se llevó su parte de la galleta a la boca y dio el primer mordisco. En ese momento alguien cruzó corriendo detrás de ella. 

La pequeña se dio la vuelta.

Había una mujer a unos metros de donde estaba ella.

Tenía el cabello de color rojo más bonito que sus ojos verdes habían visto hasta ese momento.  Las rafagas de viento hacían que se meciera como las alas de un ave. 

Aime la miró con fascinación. Era la mujer más bonita que había visto después de su  mami Sara, parecía un angel, o quizás una sirena ya que era igual a la sirenita Ariel. 

¿Quién era ella?

¿De dónde había salido?

La pequeña se quedó mirándola en total silencio. La mujer de cabello bonito parecía no haberla notado, se veía sumamente triste. Notó que algo andaba mal cuando vio que aquella desconocida se subía por la barandilla. 

¿Qué pretendía hacer?

Estaban a varios metros del suelo y abajo solo había un extenso río. 

Merida se aferró a la barandilla, sintiendo el peso de su agotamiento mental aplastar cada fibra de su ser. El abismo ante ella reflejaba el vacío que sentía en su interior, un vacío que había crecido con el tiempo. Cada paso que había dado, cada carga que había llevado sobre sus hombros, había dejado cicatrices en su alma, pesadas como cadenas que arrastraba a cada paso.

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba hacia el horizonte, buscando respuestas que parecían esquivarla. La tristeza se apoderó de su corazón, envolviéndola en un manto de desesperanza y desolación. ¿Cuánto más podría soportar antes de ceder bajo el peso de su propio sufrimiento?

El abismo parecía llamarla, ofreciéndole un escape de sus penas.

Todo en su vida estaba mal. 

Esa mañana recibió dos malas noticias. La primera era que el banco le había negado el prestamo que tanto necesitaba para salvar de la ruina la empresa que su padre levantó con tanto esfuerzo y que dejó bajo su cargo después de morir. Ese se había convertido en su refugio, un lugar donde olvidaba la mayor parte de sus problemas, pero estaba a punto de perderlo y se sentía responsable de ello.

La segunda mala noticia era que el investigador que estaba tras el rastro de su esposo Enzo, el responsable del desfalco que sufrió la empresa seguía sin aparecer para responder por lo que había hecho.

Era su culpa. Si no hubiera confiado en él no estaría apunto de perder el patrimonio de su familia.

Entre el tormento doloroso de su pasado y los problemas que estaba enfrentando en el presente, sentía que ya no podía más. 

Cerró sus ojos, dejando que la suave brisa le acariciara la piel mientras se llenaba de valor. Justo cuando se dispuso a saltar, una pequeña mano se aferró a la suya. 

Giró su rostro rápidamente para ver quien era la persona que acababa de impedir que cometiera una locura.

Se sintió abrumada y confundida al ver a la niña.

—Por favor, no lo haga, señora bonita —la pequeña la miró suplicante. 

Sus ojos conectaron brevemente. La pequeña le dedicó una sonrisa tranquilizadora, y Merida sintió que ese gesto puro y desinteresado la reconfortaba, a ella y a su corazón herido. Era un sentimiento extraño y confuso.




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