El revolotear de los cuervos

XXXI

«¡Mátala! ¡Mátala! Sé que quieres verla muerta por no haber estado contigo todos estos años, por dejarte con Sophía y querer deshacerse de ti. Mátala».

Justine dio un paso hacia adelante sin dejar de mirar a la mujer temblorosa que tenía en frente. Christine quedó acorralada contra la pared, sin poder creer que una niña pequeña pudiera infundirle tanto miedo.

—Justine, suelta esa tijera por favor—suplicó.

La pequeña no soltó la tijera, y continuó caminando hacia ella. Ni siquiera pestañeaba.

«No te detengas, solo hazlo».

—Justine, mírame —sollozó la mujer señalándose a sí misma para tratar de hacer entrar en razón a la niña—. Soy yo, Christine, soy tu tía.

Justine estaba demasiado cerca de ella, no podía escapar, cerró los ojos, para esperar lo peor, y entonces escuchó el ruido del metal impactándose contra el suelo. Las palabras correctas fueron pronunciadas por sus labios en el momento adecuado.

—¡Ayúdame tía! —rogó la niña con la voz quebrada en angustia—. Solo quiero que se marchen y no me molesten más.

Justine había lanzado la tijera lo suficientemente lejos como para seguir sintiendo miedo. Christine se acercó a la pequeña y limpió las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

«Pensé que al fin tomarías la iniciativa, pero eres una cobarde. Todo lo tengo que hacer por ti».

—¿Quiénes? —demandó, temía que los traumas que tenía por todo lo que le sucedía últimamente le estuvieran dejando estragos en su cordura—. ¿Dónde están?

Justine extendió su manito para apuntar hacia debajo de la cama.

«¿Crees que ella podrá ayudarte? ¡Deja de actuar como una loca!».

Christine no pudo evitar sentir miedo al mirar, esperando que algo espantoso saliera de ahí debajo pero luego razonó que Justine solo era una niña y que todos los niños piensan que hay monstruos bajo su cama, sin saber que el verdadero monstruo era ella. La abrazó con ternura, reconfortando su espalda y acariciando su cabello, tratando de calmarla. Pudo escuchar los latidos de su corazón acelerado y su respiración a prisa, la niña todavía veía a los cuervos, que chillaban entre las sombras, por debajo de la cama.

—Se han ido Justine.

La pequeña de ojos azules negó con la cabeza.

—¿Quieres dormir esta noche conmigo?

Justine asintió rodeando a su tía con sus pequeños y cálidos brazos. Por un momento, por un instante fugaz, la voz en su cabeza enmudeció, los cuervos se marcharon, y sus miedos desaparecieron. Se sintió tan amada y protegida como en brazos de su padre, lo único que quería era sentirse así siempre.

Christine llevo a su sobrina a su cuarto y la vistió con un pijama color naranja brillante, la arropó entre las sábanas de su amplia cama y le dio un beso en la frente. Se veía mucho mejor, mucho más relajada y feliz. La misma Justine que siempre había conocido, no podía sentir miedo de una niña tan dulce.

—¡Mira Justine! —dijo Christine al mostrarle un viejo conejo de peluche color gris con parches de colores en las orejas—. Se llama Eureka, es un viejo amigo que solía protegerme cuando los monstruos del armario me asustaban. Tal vez también pueda ayudarte a ti.

Justine supuso que ese juguete no la ayudaría, pero el entusiasmo de aquella mujer era contagioso, también sonrió. Sujetó el peluche y lo pegó contra su pecho, envolviéndose con las sábanas. Christine se recostó a su lado y pronto se quedó dormida, la niña tardó un poco más en conciliar el sueño, observó a la mujer que descansaba a su lado, deslizó suavemente su mano por sus mejillas deseando no tener motivos para dudar de ese cariño tan especial que sentía por ella.

El sol brilló para todos al siguiente día y era la primera vez que James ponía un pie sobre la escuela sabiendo que su despampanante rubia no estaría mostrando su sensual sonrisa, su simpático atuendo o sus traviesos rizos por los pasillos de la escuela. Sentía que le faltaba el aire. Intentaba dar pasos agigantados entre los alumnos que parecían estar mirándolo fijamente, para llegar a su oficina. Y cuando por fin parecía estar a salvo, justo antes de tomar el picaporte para entrar a su espacio, escuchó murmullos provenientes del interior. Frunció el ceño y abrió.

—Llega cinco minutos tarde, doctor Hooke —regañó el director Stuart que se encontraba acompañado de una hermosa mujer—. La señorita está esperándolo desde muy temprano y…



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En el texto hay: muerte, sangre, problemas mentales

Editado: 05.08.2018

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