El revolotear de los cuervos

XIV

Sophía terminó de colocar sobre su escultural cuerpo, un hermoso camisón de seda color rojo vino. El sol entraba lentamente por la ventana de su espacioso dormitorio, y contemplaba la figura de aquel mozo que la había dejado sin aliento. En su cama yacía dormido un nuevo cliente, uno joven, de esos que ella disfrutaba. No sabía su nombre, se conformaba con saber que era mayor de edad y que era muy bueno en la cama.

—Buenos días, preciosa —dijo él al despertar.

—Es mejor que te vayas —musitó tratando de sonar cortante.

Sophía no dejaba que sus “amantes”, cómo ella les llamaba, pasaran la noche en sus aposentos. Terminaba varios servicios en la noche y se aseguraba de dormir sola al menos un par de horas en la madrugada. Pero ese chico rebelde de cabello castaño era una de sus excepciones y ella odiaba aquellas excepciones.

—¿Me vas a decir que no la has pasado bien?

—¡Lárgate! Si sigues aquí tendré que cobrarte horas extras —exclamó. Aunque bien podría acostarse con ese muchachito gratis.

El chico tomó sus pertenecías y empezó a vestirse. Sophía no pudo evitar contemplar su perfecto cuerpo desnudo a través del espejo. Él la sorprendió mirándolo, aquellos hermosos ojos azules escudriñaban cada rincón de su cuerpo y eso le encantaba. Se levantó y se paró justo delante de ella, la tomó del cabello y la besó con fiereza.

—¡Basta! —musitó en cuanto los labios de él la liberaron.

Sabía muy bien que, si no hacía algo, ese muchachito terminaría sobre ella en la cama. No cometería el mismo error dos veces, tenía cierta debilidad por los jóvenes, el último jovencito que se acostó con ella por puro placer, terminó embarazándola y arruinando su figura con una enorme barriga.

El chico terminó por vestirse y antes de marcharse, acarició su barbilla. La veía hermosa cuando se enojaba.

—Te veo esta noche, princesa.

—¿Otra vez? —preguntó desconcertada.

—Y las veces que sean necesarias  —farfulló él al cerrar la puerta de aquella alcoba.

Llevaba una semana acostándose con el mismo chico, él la buscaba y ella no podía negarse. Siempre que hubiera dinero de por medio, estaba dispuesta a ceder ante cualquier hombre. Sin embargo, ese chico realmente le gustaba, y el sexo con él era increíble, tanto como lo era con Santiago. Suspiró, para luego negar con la cabeza ante aquella aberrante comparación.

—Debe ser que los relaciono por la corta edad —trató de convencerse a sí misma.

Tenía una obsesión por los más jóvenes, se divertía seduciéndolos para que cayeran en sus redes, y luego desearan pagar por tenerla. ¿Qué mejor que un cliente joven para satisfacer sus placeres? Además, ella prefería tener a un chico inexperto en su cama que a un viejo mal oliente que en lugar de decirle princesa le diga frases sucias y repugnantes.

—¿De nuevo ante la misma encrucijada? —dijo una mujer de baja estatura y cabello canoso.

—¡Debes dejarme en paz, vieja loca!

—Lo único bueno que te dejó aquella aventura fugaz con ese otro muchachito fue mi pequeña Justine.

—Yo no quise traer al mundo a esa criatura. ¿No puedes dejarme en paz?

—Te enamoraste Sophía, pero después de todo lo que pasó…

—Cállate —dijo Sophía poniendo la mano sobre la boca de aquella vieja—, no puedes decir nada de lo que pasó. Además ¿Quién te creería?

Mientras tanto, Justine mordisqueaba de mala gana un emparedado. Estuvo muy callada toda la clase, ni siquiera intentó hacerle platica a Mandy o contestar a las preguntas de la profesora. Ésas, de las que siempre sabía la respuesta, pero por miedo a tartamudear, no contestaba.

—¿Qué tienes Justine? —le preguntó Mandy. Era hora del receso y Justine se había aislado por completo hasta de ella.

—Nada —respondió la otra, sin darle más detalles.

Mandy, un tanto contrariada, se apartó de su mejor amiga y se fue a jugar con las otras niñas que la aceptaron encantada, siempre y cuando no estuviera con la rara. Justine había escuchado esa voz todo el día, haciéndose más y más fuerte en su cabeza. Diciéndole cosas horribles sobre Mandy, por lo que prefería alejar a su única amiga y no hacerle daño. No le importaba verla con otras niñas, con tal que estuviera a salvo. No sabía en que momento, el monstruo que vivía dentro de ella, podía tomar el control y…



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En el texto hay: muerte, sangre, problemas mentales

Editado: 05.08.2018

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