El revolotear de los cuervos

XII

—¿Por qué no has ido a visitarme? —inquirió Paulette, parándose en medio de la puerta de la escuela para no permitirle el paso a James. Pestañeó un par de veces, a manera de coqueteo.

—¿Me extrañaste? —preguntó él con picardía, acercando su cuerpo al de ella, logrando ponerla nerviosa.

—No, no es eso —carraspeó.

—¿Entonces?

—Solo se me hizo raro.

—Creo que Justine está bien, no he visto nada extraño y preferiría olvidar lo del celular.

No terminaba de decir la última frase cuando la niña de la que estaban hablando apareció por la entrada de la escuela corriendo a toda prisa, los empujo para poder pasar y siguió corriendo hasta el salón.

—¿Qué decías? —cuestionó ella al arquear una ceja.

—No hay que parecer paranoicos, debe tener prisa.

—Disculpe, usted es la maestra Paulette, ¿verdad? —interrumpió Santiago, que llegaba justo detrás de ella, a pesar de haber ido en automovil— ¿Han visto a Justine, mi hija?

—Sí. Justine ha entrado corriendo al salón de clases. ¿No venía con usted? —interrogó la maestra.

—Sí, es decir, no. Bueno, lo que quiero decir es que ella se adelantó. Salió corriendo y llegó antes debido al tráfico repentino que invadió las calles —replicó el hombre, algo nervioso y alterado.

—¿Pasa algo que no me ha dicho señor Bennett?

—La verdad es que… —Miró dudoso el papel que tenía doblado dentro de su camisa— Justine ha tenido comportamientos bastante extraños.

—¿Qué tipo de comportamiento? —intervino James.

—La verdad quisiera hablar con el director, son cosas muy personales.

—¡Oh! No debe preocuparse, él es el doctor James Hooke, psicólogo de la escuela, él ha estado al pendiente de Justine —explicó la rubia.

—¡¿Qué?! —exclamó Santiago— ¿Qué trata de decirme? ¿Justine está loca?

—Es mejor que hable usted mismo con el director, la niña está bien, solo que debemos poner atención a todos los alumnos. Si usted ha notado algo extraño, debe decirle al director Stuart y él turnará el caso conmigo si fuese necesario —añadió en psicólogo, de forma astuta.

—¿Qué pasó Santiago? —preguntó Adam, al entrar con Mandy de la mano, interrumpiendo la conversación.

—Nada, tengo que hablar con el director.

—No creo que sea necesario. Solo fue un berrinche, los niños hacen eso todo el tiempo —opinó él dirigiéndole la mirada a Mandy. La niña se le soltó de la mano y corrió hasta el salón, para alcanzar a su amiga—; pero si crees que es importante, te acompaño, el director es amigo mío.

—Con permiso maestra, nos vemos —expuso el preocupado hombre, antes de ir rumbo a la dirección.

Cuando al fin estuvieron solos, después que aquel par de hombres se alejó lo suficiente como para no escucharlos, James miró a Paulette y puso su mano sobre su hombro.

—Sigues como infiltrada mi querida Paulette, necesito que sigas tomando nota de todo lo que ocurra, al parecer la joven paciente regresará con el psicólogo, y temo que esto es más complicado de lo que parece.

—Claro, yo más que nadie quiero que expulsen a esa niña de la escuela, entre más pruebas mejor —musitó—. Paso por ti a las ocho.

—Pensé que a esa hora estarías con el chico universitario.

—No, y tampoco quiero estar en mi casa. Paso por ti a las ocho, querido.

La maestra Paulette se alejó caminando de una manera muy extraña, parecía que estaba desfilando en algún tipo de pasarela, hasta que entró a el salón y la campana sonó. Hasta ese momento, James no había notado que su amada no traía esos extraños converse que la caracterizaban, traía unos hermosos tacones color rosa, que la hacían lucir un poca más alta.

—Tu papá hablará con el director, Justine ¿Por qué corriste de esa manera? ¿Algo te asustó? ¿Viste una araña? —Mandy observaba fijamente a su amiga que estaba escondida entre sus manos y el pupitre.

—No Mandy, no vi una…



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En el texto hay: muerte, sangre, problemas mentales

Editado: 05.08.2018

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