El anhelo del alma

Capítulo 14

Elizabeth

Subí al piso donde se encontraba la habitación de Anour, y me dirigí a una de las ventanas que estaban en el extremo del pasillo; desde allí había una vista hermosa. Ver caer la nieve me ayudaba a pensar, además, este era un lugar al que no venía nadie, puesto que era el piso real. Quizá yo tampoco debiera estar allí, pero los guardias no me detuvieron al verme subir.

En estos días había oído todos los mitos referidos a los portales, en ninguno se hablaba nada bueno. En el caso de que yo pudiera volver a conjurar uno, lo cual no me atrevía a hacer, la posibilidad de que volviera a casa en el mismo tiempo era casi nula. Sin embargo, no podía quedarme solo con los dichos, esperaría a ver a mi tía y que ella me lo dijera e incluso hacer una consulta con la bruja de la que todos hablaban.

— ¿Te diviertes? — Di un respingo ante la voz de Anour, que resonó suave y grave junto a mi oído.

— Lo... lamento, yo no quería molestar... — Me giré y él estaba muy cerca, apoyado con un brazo en la pared.

— ¿He dicho que molestas?

— No... yo solo lo supuse. No hace falta ser un genio para entender que no te caigo bien.

— Sabes, Elizabeth, me agradaría que no dieras por ciertas las cosas que imaginas sobre mí, porque no me conoces.

Allí estaba otra vez ese tono de disgusto.

— Pensé que dormías — evadí.

— Ya ves que no.

Su aura masculina me rodeaba de una manera avasalladora, aunque no se encontraba tan cerca.

— Lo siento — me volví a disculpar sin saber por qué. — Debería bajar, seguramente pronto será la hora de la cena.

— ¿Por qué no cenas conmigo?

Mi estómago se movió de manera nerviosa considerando su invitación y no supe qué responder.

— ¿Acaso cenarás con alguien más? — Insistió.

— No...

— Entonces ven, traerán la cena en un momento.

Anour extendió su mano hacia mí y sin poder resistirlo la tomé. Me guio hacia su habitación y al llegar a la puerta, dos muchachas traían los alimentos, ambas me sonrieron con picardía, recordaba haber conversado con ellas en algún momento, sus nombres eran Siena y Zenit. Interpreté que ellas imaginaban que el rey y yo tendríamos sexo y esto me alertó. Yo no sabía si deseaba tener intimidad con él, ¿si lo hacía y después me enamoraba? No, sería terrible. Además, ¿él quería acostarse conmigo? Pero todos decían que se casaría con una princesa extranjera...

— Siéntate, por favor — me invitó, luego de que las jóvenes se retiraran.

— Gracias — dije obedeciendo.

— ¿Te agrada estar aquí? ¿Te estás adaptando bien?

Él se comportaba amable y diferente que al principio.

— La verdad, es bonito, pero espero poder regresar a casa.

— Eso es algo difícil.

— Me lo han dicho, pero tengo la ilusión de que la sacerdotisa sepa qué hacer comenté con nerviosismo.

— No te hagas demasiadas ilusiones, ella suele tener respuestas inesperadas.

— ¿Es cierto que te casarás con una princesa extranjera? Este enunciado atravesó mis labios sin el consentimiento de mi mente.

— Así lo he planificado al ser coronado su respuesta fue muy tranquila y eso hizo que se alivianara el peso de haber preguntado algo tan íntimo.

— ¿Y ya has escogido una?

— Mientras mi madre sea joven no tengo prisa.

— Es decir que no le permitirás retirarse, qué egoísta comenté, parecía que no podía parar de meterme donde no me llamaban; sin embargo, él no parecía molestarse por eso.

— ¿Crees que ser reina es una tarea demasiado ardua?

— ¿Ser rey lo es?

— Seguramente cuando mi padre empezó a reinar lo fue, no lo es ahora.

— ¿Es decir que él hizo el trabajo duro?

— La historia es más compleja que eso, pero no pretendo cometer los mismos errores que mi padre, por lo que me casaré con una princesa de buena familia, atenida a las tradiciones.

Entonces comprendí.

— Lo dices por lo sucedido con Ravenia, ellos eran amantes.

— Así es, por causa de ella, papá llevó el reino a la ruina.

— ¿Entonces no te permitirás tener amantes?

— Todas las que quiera, pero no una sola que por su avaricia trajo la oscuridad y casi dilapidó dos reinos enteros.

Anour odiaba a Ravenia y proyectaba esos sentimientos en mí, ¿y qué podía hacer yo para defenderme? Después de todo, todos daban por hecho que yo era ella.

— Tienes todo muy bien calculado, ¿y qué pasará si te enamoras?

— Eso no sucederá, no soy esa clase de persona.

— Pero un matrimonio sin amor...




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