Al Otro Lado - Aol 1

37. Viaje

El camino de Florencia a Roma era corto y agradable. Stu subió al primer asiento en el bus de gira, se acomodó frente al enorme parabrisas y se reclinó allí, los lentes oscuros y la gorra protegiéndolo del sol de mayo. La computadora había quedado guardada en su bolso, porque no podía hablar con ella durante el viaje con el resto de Slot Coin tan cerca. De modo que se dispuso a disfrutar el breve traslado.

La tibieza del sol y el zumbido regular del micro lo adormecieron cuando apenas salían de la ciudad.

Fue como resbalar hacia una calidez que lo envolvió.

Y de pronto ya no estaba solo.

Todo estaba en sombras, pero supo que había alguien más ahí con él.

Sintió la respiración de una mujer cerca de su oído, su aliento entrecortado. Sintió la presión suave de dos manos sujetando su cara y sintió los labios que humedecían los suyos.

El sueño no tenía nada en común con las incontables veces que soñara que volvía a hacer el amor con Jen. Noches de despertarse tan agitado como devastado para volver a derrumbarse en su cama llorando.

Esto era diferente. Este cuerpo contra el suyo en las sombras no era el de Jen, pero no tenía la menor idea de quién pudiera ser. Lo arrastraba sin miramientos. Sentía los labios y los dedos corriendo por su piel, sentía el deseo que le provocaban, sentía la carne dócil bajo sus propias manos. Sentía el calor en su pecho que se extendía a su garganta y por debajo de su cintura. Sentía la ansiedad de su propia lengua cuando esta boca invisible cubría la suya, el cabello en el que se enredaban sus dedos y el sudor ajeno mezclándose con el suyo.

Hasta que apresó a esta mujer de sombras bajo su cuerpo y se hundió en ella, olvidado de cuanto no fuera su necesidad, elemental, urgente. Mas ella no tardó en rechazarlo. Sintió con claridad que lo arrojaba de espaldas a un costado. Un instante después lo besó de una forma demandante, brusca, y su cuerpo agitado, tan tangible y elusivo a un tiempo, lo cubrió, y fue ella quien lo impulsó dentro de su vientre con un gemido ahogado y…

—Despierta, Stu, ya llegamos.

La voz de Scott O’Rilley le abrió los ojos como una bofetada y se irguió boqueando por aire. Sintió el tirón perentorio en su entrepierna, bajó la vista desconcertado mientras varias gotas de sudor resbalaban bajo la gorra. Se tomó un momento para controlar su agitación, todavía sacudido, y comprendió que no podía incorporarse así. Sacó la camiseta de las bermudas y tironeó para que cubriera la erección que no cedía. Se incorporó tratando de respirar con cuanta normalidad podía, juntó sus cosas y bajó.

Oyó los gritos a ambos lados del bus, vio las caras contra las vallas, tras los agentes de seguridad. Se obligó a sonreír y saludar, sin detenerse, escudado tras la gorra y los lentes de sol. Los minutos que demoró en llegar a su habitación le parecieron eternos, pero al fin pudo cerrar la puerta a sus espaldas, soltar su bolso y dejar que su mano bajara a su entrepierna.

Sintió una punzada ardiente, prolongada, que lo paralizó por un instante. Tan pronto como fue capaz, se arrancó la gorra y cruzó a los tumbos hasta el baño, sacándose la camiseta por el camino. Abrió la ducha mientras se descalzaba, los ojos cerrados con fuerza, gruñidos de placer y rabia escapando entre sus dientes apretados.

Ni siquiera se fijó si el agua estaba demasiado fría o demasiado caliente. Sólo pudo apoyar una mano contra los cerámicos para sostenerlo y permitir que la otra permaneciera en su ingle, acompañando las oleadas de calor que lo estremecían de pies a cabeza. Alzó la cara hacia la lluvia, obligado a seguir un ritmo que le era ajeno y sin embargo se imponía. Se abandonó a lo que estaba experimentando, aceptó el asalto involuntario de la voz que susurraba en su oído palabras que no comprendía. Percibía imágenes confusas tras sus párpados, líneas inciertas que dibujaban un cuello arqueado y una cabeza echada hacia atrás, un cuerpo desnudo de mujer que se encumbraba sobre él.

Apretó los párpados, los dientes, los dedos, jadeando hasta que sintió el estremecimiento que brotaba de su ingle y trepaba por todo su cuerpo, su mente desconcertada aferrándose a la imagen borrosa que se agitaba en las sombras, soltando un gemido que se interrumpió al tiempo que ella se inmovilizaba. Y lo que él mismo sentía anuló toda percepción inmediata de lo que no fuera su propio cuerpo, borrando a la mujer de sombras de su mente y sus oídos.

Se demoró un buen rato bajo la ducha, agitado como si hubiera corrido una maratón, la cabeza apoyada contra la pared.

Y supo que ya nada podría seguir como hasta entonces.

Era hora de enfrentar lo que estaba ocurriendo. Y hacer algo al respecto.




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