A Segunda Vista

11. Un giro inesperado

Narrado por Valentina

—Yo no te engañé, Valentina.

Sebastián es un idiota, un mentiroso, me encantaría que por un mínimo instante pudiera sentirse como yo me siento, estoy segura de que no lo toleraría. Yo misma no sé cómo voy a hacer para seguir mi vida después de este día, pero la voz de mi consciencia no ha parado de decirme en toda la noche que no he conseguido pegar un ojo que si no termino por ceder, la única que pagará las consecuencias será Dana. Y lo último que deseo es hacerle algún mal.

La acaricio y la miro a los ojos mientras toma teta hasta quedarse dormidita en mis brazos. El momento de despedida consigue trazar una herida en mi interior de severa intensidad.

—¿Por qué lo aclaras?—le pregunto a Sebastián.

—Porque después de nuestra conversación de hace unos días me quedé con esa sensación. De que pienses que te pude haber engañado o te pude haber hecho algún mal. Solo hice aquello que creía que era mejor por la niña.

—Claro, primero me dijiste que me darías comida y trabajo, luego me dejaste un dineral y te llevaste a la niña con una orden perimetral.

—¿Una qué?

—Lorna me dijo.

—Caray, no puede ser… Ella ha avanzado en eso con mi abogado. Hablaré con ella.

—Descuida, no será necesario. No quiero seguir siendo un mal para Dana, pero por favor, no dejes ningún documento que después ella piense que soy un monstruo cuando crezca y se pregunte por su mamá.

—Sé exactamente lo buena persona que eres, no me atrevería a hacerte algo así.

—Pero lamentablemente eliges hoy que una mujer que usa a tu bebita como arma, sea quien la críe.

—Basta, no hablemos más de Lorna, las cosas que tenga que resolver las resolveremos entre los dos. Solo quiero que tengas seguro que cuando Dana crezca y se pregunte por su madre, no le negaré su identidad y siempre sabrá que es adoptada. No serás ningún monstruo.

—Claro, del mismo modo que me dijiste una cosa y después me hiciste quedar como una explotadora que se dedica al tráfico de ni…

—No, por todos los cielos, no. Solo hice lo que iba a ser lo mejor según las recomendaciones…

—Legales, médicas y psicológicas. Bla, bla, bla. Todo eso está por encima de cualquier autoridad de madre de mi parte. Porque acá yo soy la peor de todas.

Me quiebro y lloro, pero intento contenerlo para no interferir en la paz de Dana. Aún así hay lágrimas que se derraman por mis ojos y Sebastián hace silencio a mi lado. Detesto ese silencio. Cada segundo que pasa es la sentencia de que mi tiempo compartido con mi bebita se va a acabar.

¿Cómo podré seguir adelante así?

—Valentina…

—No—murmuro—. No, por favor.

—Valentina, no…

—Aún no, te lo ruego, aún no.

—Te está sonando el móvil con insistencia desde hace un rato.

—¿Eh?

Me espabilo.

No me importa el móvil, pero al acercarme a mirar la pantalla descubro que tengo llamadas perdidas.

De mi hermana.

Sí, de la hermana con la que nunca hablo porque es de la familia que nunca quiso volver a saber de mí.

¿Y esto?

Jo, seguro se enteraron y me llaman para criticarme una vez más, como cuando tuve que huir para que dejen de atosigarme.

—¿No sería buena idea que contestes? Parece urgente. No me llevaré a Dana, me quedaré…un rato más.

—¿Seguro? ¿Te quedas?

—Sí, cielos… Antes de que Lorna llegue de su guardia…

Se detiene porque sabe qué pienso al respecto.

Cuando miro el móvil y veo un mensaje entre los llamados de mi hermana.

Y la sangre se me vuelve de hielo.

—¿Qué sucede?

Tic.

Tac.

El reloj pasa con los segundos marcando cardenales en mi alma.

—Por todos los cielos, Valentina, ¿qué sucede?

Me vuelvo a Sebastián.

Estoy petrificada.

Angustiada.

Horrorizada.

Tengo miedo.

Jamás había sentido tantísimo miedo en mi vida ya sin saber por dónde empezar.

Le enseño el móvil…no puedo decirlo en voz alta. Sebastián se altera de inmediato.

—¡Carajo! Valentina, cielo santo.

Su grito altera a Dana quien empieza a llorar.

—Lo siento. Cielos, Valentina, lo siento, yo…

—No… No, no, no.

—Tienes que ir a Buenos Aires.

—Es que… Cómo es posible si…

—Valentina. Debes ir. 

—No puedo, el trabajo…

—No hay riesgo, tienes licencia en tu trabajo. Debes ir.

—Sola… Yo… Sebastián mi padre ha muerto.

Rompo en llanto con Dana a la vez y el corazón se me cae a pedazos. Papá siempre se opuso a que yo aborte y nunca llegué a contarle del nacimiento de mi bebé.

—Tranquilízate, ¿sí?—me pide él.

—Es que… No entiendes… Yo… Tú no me vas a…

—¡No soy un monstruo, cielos! Lo siento, perdón. Tranquila. Sí, me has contado tu historia familiar y entiendo lo que esto puede implicar, pero debes estar ahí.

—Van a juzgarme, van a querer matarme, mi familia me odia.

—No, Valentina. No. Cielos…—Entonces sus palabras sueltan algo que jamás, nunca, nunca, nunca en la vida me lo hubiese esperado—. Valentina: te acompañaré con Dana a Buenos Aires. Pero no puedes faltar, si es necesario iremos contigo hoy mismo.

 




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