EPÍLOGO | Luchen siempre, jugadores

VICTORIA

Cada vez que costaba un poco más despertar. Sentía que mi cabeza estaba por estallar, como si no tuviese que estar ahí, como si no tuviese que tenerme a mí misma como sentía que lo estaba haciendo. Apenas podía sentir mi propio cuerpo. No parecía pertenecerme, porque en mi mente yo estaba flotando sobre algo, no recostada sobre quién sabe qué clase de camilla.

Había alguien que no conocía, pero decía llamarse Chase y me estaba haciendo preguntas. ¿Tenía que responderlas? No lo sé. 

Yo estaba muerta.

—¿Qué les dirías a cada uno si los tuvieses en frente?

—No los tengo en frente—protesté, y mi propia voz me sorprendió.

—Digamos que...

—Escaparon—advertí, y esbocé una sonrisa—. Cambiaron las reglas del juego.

El joven, que debía rondar los diecinueve años, había fruncido el ceño. Supe que él sabía a qué me refería, sólo... estaba fingiendo.

—¿Así es como se siente estar muerta?—pregunté.

Él había negado con la cabeza.

Entendí que esperaba mi respuesta, así que cerré los ojos. Seguía sin pensar con claridad, por lo que las palabras solo comenzaron a salir de mi boca. No las detuve.

—Le diría a Daniel que él no tiene la culpa—dije. No sentía nada. Ni dolor, ni remordimiento... sólo estaba muerta—, que deje de actuar como si hubiésemos tenido algo. Creo que sí que lo teníamos pero... ¿no está actuando como un puto masoquista? Mírame, Chase. Estoy muerta. Él sufre por mí pero eso no va a cambiar nada, ni va a llevarme de nuevo a él.

Chase escuchaba con atención. Lo observé y él ladeó la cabeza, dándome pie a continuar.

—Le diría a Zayn que deje de buscar el control y sólo viva. Que esté con su amigo, que sea el Marlín que dice ser, que esté con quien sea, que deje de preocuparse por todo. El miedo es irracional, ¿no crees? Y nunca nos ayuda. ¿Acaso viste alguna vez que alguien haya admitido abiertamente al público que el miedo lo salvó de la muerte? No. El miedo destruye, el miedo mata.

Chase no parecía estar de acuerdo, pero permaneció en silencio.

—Le diría a Aarón que no es cobarde, pero que lo va a ser si piensa que lo es. Le diría que nadie es débil, que todos somos fuertes en nuestra debilidad. Cada quien lleva adelante una batalla propia todos los días, todos somos guerreros. Sentir el dolor no nos quita esa condición. Había una frase... ¿cómo era? Sólo... sólo se rinde ese que deja de luchar.

Por primera vez, Chase asintió. Estaba de acuerdo conmigo. Eso me animó a proseguir.

—Le diría a Heather que las malas personas son estupideces, que si ella quiere luchar por algo bueno y mete la pata no es porque sea una estúpida, es porque es humana. Salvó a Maia, ¿no? Hizo algo bien, tendría que sentirse satisfecha por eso, pero no hace más que torturarse pensando en lo que, alguna vez, le hizo.

Tomé aire, pensando en la castaña.

—Le diría a Esther que siga siendo ella, que nunca deje de buscar la luz en la oscuridad. Es difícil, pero a ella le sirve, siempre lo hizo, así que... ¿qué problema hay? Sé que ya no lo hace. Cree que perdió esa habilidad, y es triste que algo como eso le suceda a ella. No lo merece.

Me detuve al pensar en la rubia, Maia. Chase había reaccionado, como si estuviese esperando a que llegue a ella.

—Le diría... le diría a Maia que...—repuse, sin saber exactamente qué decir. Me costó seguir—... que deje de pensar en los demás y piense un poco en ella misma. Lo hizo, pero se sintió mal para ella. Le diría que no tiene nada de malo ser un poco egoístas, no en exceso, sólo lo suficiente como para pensar en nuestra propia felicidad en lugar de la de otros.

Chase asintió, tomándome por sorpresa. Se inclinó sobre mí y, sólo entonces, volvió a hablar.

—¿Qué le dirías a todos?—preguntó.

—¿Cómo grupo?

Volvió a asentir.

Y yo volví a sonreír.

—Pues lo que siempre les he dicho—repuse—. Luchen por cambiar las reglas del juego. Luchen siempre, jugadores.

FIN DEL PRIMER LIBRO