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CAPÍTULO 22 | Recuerda que morirás

ESTHER

—¿Por qué?

Fueron un simple susurro, pero consiguieron dejarme sin aliento. Mis palabras, mi pregunta, no causaron ningún efecto sobre Heather. Seguía inmóvil sobre su cama con la mirada en el techo, y respiraba, estaba viva pero era como si estuviese durmiendo. Tomé su mano y la sentí fría, ella no reaccionó. No lloraba, sus ojos estaban secos, abiertos... clavados.

—Heather—insistí, noté que mi voz se ahogaba—, di algo.

La había encontrado por casualidad, su puerta estaba entreabierta y simplemente entré para encontrarla de esa forma. Había intentado hablarle y no había dado ninguna respuesta más allá de:

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno...

Lo cual, en pocas palabras, no sonaba nada bien.

—Algo más—volví a intentar—, lo que sea, pero...

Bajé la cabeza, sin poder resistirlo. No sabía qué le estaba pasando, por qué parecía estar completamente aislada, lejos de mí, de la casa, de la vida. Una parte de mí estaba diciéndome que tenía que buscar a Victoria y otra que tenía que quedarme, que sólo yo la había encontrado por algo, no por casualidad.

Sopesé mis posibilidades. ¿Qué ganaba quedándome ahí? ¿Y si estaba perdiendo el tiempo? Quizás algo malo le estaba pasando, quizás Victoria tenía una respuesta para eso y yo sólo estaba estorbando, impidiendo que alguien la salve. Porque Heather estaba viva, respiraba, pero su pulso no era normal, ni siquiera su temperatura, y no respondía, por más que estaba despierta.

No sabía qué hacer, qué era lo correcto y qué era lo incorrecto. Tenía la opción de irme, de buscar ayuda pero ¿y si al hacerlo sucedía algo peor? Porque no conocía a Richard, no sabía por qué justamente yo la había encontrado y mucho menos podía saber por qué una parte de mí decía e insistía con que irse era una mala idea.

Intenté incorporarme, aun tomando su mano, y estaba a punto de darme la vuelta, irme, gritar, hacer algo. Pero no pude. No cuando la mano de Heather se aferró con fuerza a la mía y tiró de mí para que me acercase más a ella, cosa que hice cuando comenzó a murmurar algo. Hablaba despacio, con apenas un hilo de voz, y me costó entenderlo.

—Mement...—decía—, memento mori.

Me detuve. La palabra respuesta hizo eco en mi mente.

—Recuerda que morirás—dije en voz alta.

De repente, todo sucedió demasiado rápido. Heather reaccionó, su mano tomó con mucha más fuerza la mía y tomó aire casi con desesperación. Sus ojos se abrieron más, como si antes hubiesen estado cerrados, y cuando intentó gritar no pudo hacerlo.

Sólo podía susurrar.

—Esther—dijo entonces, sentándose sobre la cama e intentando tomar aire—, lo recuerdo.

Aguardé, observándola en silencio. Ella soltó mi mano y se incorporó, comenzó a caminar alrededor de la habitación mientras se llevaba otra vez las manos a la cabeza y hablaba con rapidez.

—Había... una pared. La pared que tiene el reloj—farfullaba—. Y en ella había un mensaje. En sangre. Y decía... memento mori.

—Recuerda que morirás—repetí.

Se detuvo y alzó la mirada en mí dirección.

—¿Qué?

—Recuerda que morirás—me incorporé también, quedando a su altura—. Es una frase latina. Significa recuerda que morirás, o que puedes morir.

Su expresión se convirtió en una mueca de terror, y volvió a dejarse caer. Me tomó alrededor de dos segundos entender que estaba aterrada, que lo más probable era que su mente le haya estado jugando una mala pasada, y no supe, otra vez, qué hacer. Porque yo no era la amiga de Heather, yo no era Maia. La pelirroja y yo simplemente no nos llevábamos del todo bien, nunca habíamos necesitado la amistad de la otra más que para divertirnos, bromear, y nada más. No me había sentado a su lado, como lo hice aquel día, a escucharla, a intentar ayudarla.

Me sentía como la mierda, pero ahí estaba.

—Apesto—dijo Heather para sí misma, volvía a llorar—. Estoy... se supone que...

No dejó la frase en suspenso, más bien la cambió. No me observó en cuanto lo soltó.

—¿Crees que soy una mala amiga?

Respuesta. Respuesta. Respuesta.

Pero yo no podía dar ninguna.

Heather seguía susurrando, su voz era ronca como si le costase usarla. Todavía tenía el cabello despeinado y Daniel ni siquiera había reclamado su ropa. Y la mayoría de las veces era ella, la pelirroja que se burlaba de todo el mundo para no burlarse de sí misma, la que casi siempre se miraba al espejo para volver a cambiar algo, la mayoría de las veces el color de su pelo. Nunca estaba conforme. Todo el mundo cree conocerla como Heather, la chica que es fuerte y puede pisar cualquier terreno, esa chica creía conocer yo, esa era la Heather que yo siempre veía y con la que pensaba que nunca iba a poder estar de acuerdo.



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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